24. Aunque no me creas

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Francesca

—No lo entiendo; me dice que se enamoró de mí, que me desea lo mejor, que quiere que sea feliz con alguien más. Luego se comporta como un imbécil, como si nunca me hubiera dicho eso —balbuceo entre sollozos, hipando al dar bocanadas de aire para serenarme. Me duele tanto que ese... ese... ¡ese idiota!, me dijera eso. Me cubro el rostro con ambas manos y de nuevo me suelto a llorar.

—Frani, tranquilízate. Bien sabes cómo es él cuando está enojado, hasta ebrio debía de estar para que dijera eso.

Desde que Víctor se fue no pude ocultar lo mal que me sentía por su partida. No prestaba atención a lo que hacía, me la pasaba encerrada la mayor parte del tiempo en la oficina, buscando en el trabajo olvidarlo. Isabela se compadeció un día, cuando por no conciliar el sueño llegué tarde a la constructora. Me preguntó qué me pasaba, que confiara en ella; desde entonces se ha vuelto mi consejera. Junto con Alice, una de mis vecinas con quien hablo a menudo, he podido sobrellevar todo lo que me pasa, encontrando una amiga incondicional en ellas.

Estamos en mi oficina, sentadas en los asientos para las visitas, ella sobando mi espalda a modo de consuelo, mientras sostiene el vaso de té que me trajo y del que no he podido de beber por estar lamentándome. Y es que no puedo, desde hace semanas cualquier cosa me provoca, bien sea una tristeza excesiva o una ira desmedida.

Hago un llamado a la calma cuando despejo mi cara, inclinándome hacia atrás para recargarme contra el respaldo del mullido sofá. Con ojos cerrados respiro profundo un par de veces pero de nuevo recuerdo sus malditos ojos mieles, eso que tanto deseaba volver a ver, esa cara perfilada y nariz recta que desde que la tuve otra vez a escasos centímetros no abandona mi cabeza, y es que luce más... irresistible a como lo era antes. ¡Dios, lo odio!

Sin evitarlo me hago un ovillo, soltando un quejido que ahogo a tiempo. Cierro fuerte los párpados, reteniendo las lágrimas que sin quererlo se desbordan. ¡Cielos! Llevo en este proceso ya más de media hora y sigo llorando como condenada. Cómo duele querer tanto a alguien, por eso no quería enamorarme y lo peor es que lo hice de un patán.

—Ya, Frani, mejor respira, lo único que conseguirás es que te duela la cabeza. Dale tiempo que sí es consciente de lo que hizo vendrá a pedirte disculpas —alienta Isabela, arropando una de mis manos entre las suyas.

No tendría por qué llorar por lo que él me dijo, debería ser fuerte, hasta molestarme porque se comportara así. Suspirando abro los ojos, dispuesta a parar este show innecesario.

La puerta de la oficina sin previo aviso se abre, un avejentado hombre entra, algo apresurado al andar. Su sola expresión me avisa que algo malo pasó. Con sus ojos abiertos en amplitud se detiene a medio camino.

—Señora Carmin, tiene que acompañarme —solicita; con un ademán insistente me pide que vaya hacia él. Me paro del asiento, limpiándome las lágrimas, avergonzada porque me vea así.

—¿Acaso qué pasó, Tadeus? —cuestiono, revisando mi atuendo, tratando de reparar en algo mi desaliñada apariencia.

—El señor Bathory... sufrió un accidente.

Enseguida mi mirada busca la suya. Abro los ojos a su máxima capacidad cuando no hay alteración en su expresión, solo congoja, de nuevo insistiéndome con un agite de su mano que me apresure. Solo que, me paralizo, un escalofrío se dispara desde mi pecho y me invade de punta a punta, siendo el miedo quien se apodera de todos mis sentidos y acciones. No puedo, simplemente no lo resisto. Me tambaleo hacia atrás, sintiéndome de repente muy débil. Sin aliento cierro los ojos, mandando las manos hacia atrás en busca de algo para sostenerme.

—Frani, ¡Francesca! —exclama Isabela. Me recibe tomándome un brazo y la cintura a tiempo, brindándome el apoyo que requiero.

—Señora Carmin, lo siento —se disculpa Tadeus, cuyos pasos se aproximan.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora