13. Reencontrar

2.7K 332 29
                                    

Víctor

Durante el viaje, ensayé lo que iba a decir, siendo conciso para demorar el menos tiempo posible. Solo que, a la hora de la verdad es diferente. Una cosa es confesar lo que pasó como si de una lista se tratara, a tener que explicar por qué hice lo que hice.

«La constructora enfrenta un lío legal».

«Tuve dos hijos más cuya existencia hasta hace poco supe, y uno de ellos lo tuve con Johanna».

«Maltraté a mi hija por todo el daño que me hizo mi hermana».

Eran como los títulos de un encabezado de periódico amarillista, teniendo la obligación de explicar qué me llevó a todo eso.

Me ayudó la ausencia de mi madre en toda la conversación, estaba en su mundo, oyendo lo que le relataba. No obstante, al momento de contarle lo que pasó entre Johanna y yo, temí que le diera algo.

Palideció; la ayudé ya que se paró de golpe y caminó tambaleante a la salida de la sala. Le ofrecí mi brazo como apoyo, yendo a una cocina amplia, de aire antiguo, cuyo horno es aún de leña. Había un par de mujeres que la atendieron.

Me mantuve distante; sabía que sería la peor parte para ella. No me imagino cómo lo hubiese tomado Douglas, creo que hasta me hubiera desaparecido; en ese entonces tenía muchas influencias.

Sentado junto a una mesa, observo a Agnes quien tiene la vista ida, bebiendo un té que le prepararon. Estamos a solas; le pidió a las empleadas que se retiraran. Aguardo a que salga de su letargo, inquieto por conocer su opinión.

Al cabo de un rato quedo igual que ella, mirando a la nada; conté mi historia, falta la parte que me trajo hasta aquí, no sé si escapando o buscando algo. Mi madre da sorbo tras sorbo a su taza sin desprenderla de su boca, aún distraída, hasta que la deja sobre la mesa, cierra los ojos y da un hondo respiro que ensancha su pecho. Me ve diferente, severa, incómoda, molesta, la comprensión que antes mostraba no es más, ahora me juzga con solo la mirada y lo entiendo, y merezco.

Se pasa la mano por la cara, tapándose los ojos.

—¿La niña está bien? Me refiero a si no nació sin ninguna complicación —cuestiona al despejarse su rostro, reteniendo el enfado y diría que el repudio.

—Es sana —respondo, manteniendo la seriedad en mis facciones, rigidez en mi postura y expectativa en mi haber, deseando que comprenda un poco la situación, aunque lo dudo.

Empuña su mano derecha, dejándola sobre la mesa. Enfoca una ventana que da vista a la parte trasera de la hacienda que igual que su frente, se extiende varias hectáreas, siendo cultivos, rebaños de ganado, árboles y empleados quienes complementan el paisaje. Me impacienta por saber qué piensa, si me perdonará o me correrá de aquí, cosa a la que me he estado preparando desde que llegué. Tragando espeso me vuelve a ver, manteniendo la misma expresión, hallándome en sus ojos, como cuando me miro al espejo, percibiendo una mirada sin emociones, que ha perdido la sensibilidad por tantas traiciones, solo que estos ojos son frívolos, como los de una madre que va a reprender las acciones de su hijo.

—¿Qué te trajo por aquí? Lo tienes todo en Trenton, tal parece. —Con eso sé que me quiere despachar. Doy un suspiro e imito su anterior postura, mirando a mi derecha en este caso, preparándome para lo que viene.

—Me harté de toda esa vida —explico, volviéndola a ver—, de no llenar el vacío, de beber como único modo de olvidar en lo que me convertí. —Aprieto los dientes; la frustración se presenta, reteniéndola para que no se convierta en odio, uno que me profeso desde que supe que no había retorno, que estaba echado a perder. De pronto, el recuerdo de una mujer se cuela en mi mente, borrando toda culpa, todo rencor, arrebatándome una sonrisa fugaz que se reemplaza con resignación. Bajo la cabeza y continuó—. Pensé por un momento que había encontrado el fin del camino, lo que tanto quise, pero no fue así, estaba equivocado y por eso estoy aquí, para reencontrarme, por decirlo de algún modo.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora