40. Una fecha inolvidable

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Francesca

Fue un año muy largo, pesado, un sube y baja de emociones donde lloré, sufrí, dolió eso sí, pero la recompensa por perseverar fue más que satisfactoria. Estar con Víctor es eso, vivir de emociones, porque un día puedes llegar a odiarlo con toda el alma, y al otro creer que no eres nada sin él.

Desde que nos mudamos a esta nueva casa, no hay día en que deje de mimarme, cumplir cada capricho que le pido. Así mismo, no hay momento en que busque hacerme enfadar solo para arrebatarme un beso, diciendo en su defensa que le gusta verme enojada porque esa actitud hizo que se enamorara de mí. Vivir con él es estar con dos hombres distintos. Uno es el tipo amoroso y atento, cuidadoso en cada detalle, ese que no pierde oportunidad de consentirme, acariciar mi vientre, dándole besos y tocándolo por largo rato cuando el bebé patea. El otro es ese tipo serio del traje, el profesional frío en los negocios, que me trata como todo un caballero, el presumido que sonríe con malicia, que hace comentarios solo con la intención de provocarme el mal genio y en la intimidad es intenso, apasionado, a la vez tierno y delicado.

En resumen, en eso consiste vivir con Víctor, y no me quejo, porque igual le cobro con la misma moneda. Soy afectuosa con él, pero cuando saca su lado patán le niego sus debilidades, o sea yo en totalidad, así que la mayor parte del tiempo salgo victoriosa.

Compararlo a cuando lo conocí, a pesar de que conserva ciertas actitudes, hay otras que estoy muy feliz de conocerle, como el cambio que adoptó no solo para él, sino para su entorno, dándose una oportunidad, encontrando el perdón a sí mismo. Desde que volvimos no ha bebido ni una sola gota de licor, ni está amargado, si serio o disgustado, pero son cosas que no duran más que un instante. Lo que más me gusta es verlo como justo está ahora, sentado a mi lado, acariciando mi vientre.

Hay veces que en la noche antes de dormir, me pide hacer esto, que me acueste boca arriba, sentándose de piernas cruzadas, viendo mi vientre que, como si sintiera su presencia, el bebé comienza a patear de más, a removerse mucho.

Cuelo mis dedos entre el cabello de Víctor que traza círculos en mi vientre, y no contengo la risa cuando, justo donde pasa el dedo, el bebé enseguida patea. Es una imagen preciosa, la primera vez que lo hizo no pude contener las lágrimas, ahora ya puedo controlarme, pero igual no puedo evitar que se me agüen los ojos.

—Sé que quieres salir, yo igual —murmura Víctor, volviendo a pasar su dedo por mi vientre, casi al pie de mi ombligo. El bebé vuelve a removerse, robándole una sonrisa a su padre, que a su vez me la arrebata a mí y es que cómo no hacerlo pues me gusta ver a dos personas que amo muy felices, entendiéndose a pesar de que aún no se ven cara a cara.

Duramos así un buen rato hasta que decido que es hora de dormir.

—Ya, suficiente los dos, estoy algo cansada y quiero dormir —enuncio, tapándome con el camisón y el cobertor.

—Déjanos un rato más —alega, pareciendo un niño berrinchudo, casi me suelto en carcajadas por lo tierno que se ve.

—Después tendrán mucho tiempo, ahora tengo sueño. —reprocho, acomodándome de medio lado, sonriendo triunfal por la cara de pocos amigos que me dedica.

Apaga la lámpara sobre el buró al pie de la cama, se acuesta igual de medio lado a mis espaldas, pasando su brazo sobre mi cintura, subiéndome el camisón para tocarme el vientre.

—Víctor —reprendo, pero él ni se inmuta.

—Deja, mujer, es mi bebé —murmura, sin contenerme rio entre dientes, al tiempo en que se acerca hundiendo su rostro en mi cuello, respirando en mi nuca erizándome entera—. No seas celosa.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora