Capítulo 8

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Daniel


Es bien sabido que Hernández es un excéntrico al que se le ocurren las cosas mas locas, ¿pero que vengamos disfrazados? Y sobre todo tiene que ser de un personaje de televisión o de un videojuego. Me llevo la mano a la barbilla y trato de pensar. Hmm no se yo qué está tramando con esto, pero no quiero decepcionarlo. Es más, me emociona saber a donde quiere llegar. Es un gran escritor con una mente brillante y yo estoy mas que ansioso por participar en uno de sus proyectos.

Puede que me deje conocerlo en persona si todo sale bien. Eso sería maravilloso. ¿Podría conseguir su autógrafo? Me aseguraría de atesorarlo mucho, tanto que hasta lo enmarcaría y lo colgaría orgullosamente en la pared de mi habitación.

Pero dijo que todos teníamos que disfrazarnos, desde el vigilante de la puerta hasta yo. Me recuesto en mi silla y suspiro con fuerza. Ya le pedí a la secretaria nueva que girara una circular entre los empleados, a pesar de que la nota del periódico que Hernández puso ya fue anunciada por el sistema de sonido. Sin embargo hacía falta que yo les confirmara personalmente las palabras del escritor, además quiero hacer algo más. No me iba a conformar con disfrazarnos, no. Iba a hacer una fiesta de disfraces. Suelto una risita tonta. ¿Una fiesta de disfraces en abril? Suena emocionante. Quiero ver a donde quiere llegar con esto.

Aunque mas o menos entendí el objetivo con su nota. Agacho la mirada, observando el cajón cerrado de mi escritorio. Todos tenemos secretos y sentimos la necesidad de disfrazarnos bajo máscaras para protegernos, para no sentirnos amenazados. Tiene razón con eso, lo sé mejor que nadie. Llevar una máscara es agotador. Todos los días me levanto y me pongo esta máscara de empresario imperturbable, y es agotador. Cuento los días uno a uno para que este martirio termine.

Para dejar de respirar.

Leer los libros de Hernández me permite mantenerme en pie y mantener la esperanza de que un día las cosas mejorarán. Me hace olvidar momentáneamente la idea de rendirme con esta vida. Este trabajo es lo único que me llena y mantiene mi mente ocupada, pero a veces trabajo hasta el cansancio con el fin de no pensar en nada. Tomo mas cafeína que cualquier persona en esta empresa y eso es algo que Jennifer sabía muy bien. Ella no hacía preguntas y eso me gustaba. Cambiar de secretaria solo me implica un estorbo, no quiero que empiece a preguntarse por qué tomo tanto café.

Leer esos libros es lo único que me permite creer en la esperanza, porque Hernández es capaz de sacar lo mas bello de la vida y plasmarlo en la vida real. Me gustaría verlo algún día y preguntarle si existe la esperanza.

¿Podría preguntárselo por un correo? ¿Sería demasiado atrevido de mi parte?

—Señor. Ya he hecho efectiva la circular.

Alzo la mirada. Allí está ella de nuevo, con su cabello corto, ojos oscuros, piernas largas y mirada curiosa. Debo admitir que es bonita, pero no como modelo de revista. No es como Jennifer. Hay algo bonito en el aura que desprende, pero no es algo en lo que pueda permitirme pensar.

Me mira con enojo. ¿Está molesta conmigo? Ruedo los ojos. Mujeres.

—Gracias—murmuro, dándole señal de que puedo irse.

—¿Puedo preguntarle algo?

Alzo la mirada. ¿Por qué sigue aquí?

—¿Olvidó que es mi secretaria? —la miro, desafiante—. Vuelva a su puesto.

—No.

¿Qué?

—¿Perdón?

—El señor Acevedo me puso como su secretaria para ayudarlo—continúa—. Ahora, ¿me deja preguntarle algo?

Lorena contra el jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora