Tengo la cabeza hecha un bombo. Lo último que puedo recordar es una voz cálida y lejana que me preguntaba si estaba bien. Mis ojos tratan de adaptarse de nuevo a la luz del día, pero realmente no sé que me pasó. Juan David estaba ayudándome con la limpieza del salón de eventos, pero en algún punto mencionó que tenía que irse, muy apenado por dejarme sola. No lo culpaba, ya había sido demasiado amable al ayudarme. Después de todo un ejecutivo no debería estar limpiando y seguro tenía cosas mas importantes que hacer.
Ya era bastante raro que él hubiera entrado en razón.
Pongo mi brazo sobre mis ojos. Aunque volví a mi puesto al medio día para tratar de descansar, aun me falta mucho por limpiar. No quiero ni pensar lo que pasará cuando Daniel se entere. Si tan solo fuera una persona con la que se pudiera hablar...
Pero en algún punto me sentí muy cansada y todo se volvió negro, como si me hubieran desenchufado. ¿Morir se sentirá como algo parecido? Es cierto que casi no he dormido los últimos días, ya sea organizando lo de la fiesta o realizando preparativos para el plan del escritor. Puede que no me haya cuidado bien estos últimos días, pero no me di cuenta hasta qué punto.
Abro los ojos de golpe y me siento con rapidez. Volteo la mirada. Daniel está allí parado sin decir nada, pero con una expresión que nunca le había visto. Siempre es tan frío e imparcial que verlo así es desconcertante.
—Hola—murmura.
¿Hola? ¿Me dijo hola? Debo haber muerto.
—Hola... —le digo, con nerviosismo. De repente recuerdo el salón de eventos. Me pongo de pie con rapidez, mas tensa que la cuerda de un violín—. Lo... siento, señor. No he terminado de limpiar el salón de eventos aún.
—Déjelo así.
¿Cómo?
—Vaya a descansar por hoy.
Lo miro fijamente, mis manos están comenzando a temblar. Se ve mal, como si se sintiera culpable de algo. Estar cerca de él me produce un sentimiento que no soy capaz de describir. El ambiente es muy raro. Es como si ambos quisiéramos decirnos algo, pero no fuéramos capaces. Parece mortificado. Quisiera decirle algo para quitarle las preocupaciones, para saber que le sucede y ayudarlo.
—Lorena...
—¿Sí?
Él abre la boca como si fuera a hablar, pero se retracta. Se echa para atrás, dirigiendo su mirada hacia una esquina en la habitación.
—No, nada.
Es raro. Ya no me parece el mismo jefe intimidante de esta mañana, sino que se parece más a un niño nervioso. Quisiera acercarme y preguntarle qué le sucede. De nuevo puedo sentir esa cercanía que teníamos cuando fuimos a comprar el disfraz, o cuando me ayudó a levantar después de haberme derrotado en la máquina de baile.
¿Qué es lo que ocultas, Daniel Acevedo?
—Señor... esto...
Él alza una ceja, curioso. Sin embargo está tan cerca que me atrevo a preguntarle.
—¿Puedo llamarlo Daniel?
Por un momento temo haberla cagado. Es mi jefe, se supone que no puedo tomarme semejantes confianzas con él. Por otro lado, deben existir casos en el mundo donde los empleados y los jefes sean amigos. Pero él es un caso aparte porque no tiene una buena relación con las mujeres. Probablemente me acabo de pasar de la raya.
Abre un poco la boca, sorprendido. Sin embargo rápidamente la cierra y a diferencia de ponerse enojado como creí que lo haría, parece querer sonreír.
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Lorena contra el jefe
Short StoryLorena es una oficinista del área de informática que es feliz en su trabajo, pero ella al igual que muchas de sus compañeras tiene un inconveniente: Los hombres de ese lugar tienen el pensamiento de la época de las cavernas, donde las mujeres no ten...