Se acerca el momento. No puedo negar que tener el mando de una gran compañía es una enorme responsabilidad y ahora me doy cuenta del peso que Daniel carga todos los días. No es solo sentarse en una silla y mirar gráficas, es mucho más que eso. Hoy vendrán dos posibles clientes que quieren aliarse con Astaron, y de lograrlo sería un gran acierto para la empresa.
He estudiado los casos al derecho y al revés. Creo tener los argumentos suficientes para convencerlos de que nuestra empresa de tecnología puede proveerlos de manera confiable y que es una apuesta segura. Contamos con los mejores servicios y podemos brindar abastecimiento de equipos y mantenimiento de primera calidad.
Me preocupa Daniel. Evito salir de la oficina para no verlo a punto de ver perder los estribos. Miro el capuchino que me trajo y aprieto el vaso entre mis manos. No voy a fallarle. Voy a demostrarle que puedo con esto. Porque se trata de él y porque amo esta empresa, no voy a permitir que termine en la quiebra. Al menos no bajo mi guardia.
El teléfono a mi lado suena. Trago grueso.
—¿Sí?
—Lorena... están aquí —dice Daniel con voz temblorosa.
—Hazlos pasar a la sala de juntas —le digo.
—Lorena...
—Estaré bien Daniel. Confía en mí.
Me pongo de pie y salgo de la oficina. Daniel está con la cabeza agachada y los codos sobre la mesa, agarrándose los cabellos con desesperación. Me duele verlo así de afectado, pero lo entiendo. Considerando su naturaleza machista me sorprende que no haya detenido todo esto aún. Pero no voy a acercarme a él ni a decirle nada, si lo hago me pondré igual de mal que él. Estoy decidida. Voy a hacer que se sienta orgulloso de mí.
Llego a la sala de juntas y la abro con una mano.
—Disculpen la tardanza.
El señor Henry y la señora Olivia me dan la mano con cortesía antes de salir por la puerta. Casi no puedo mantenerme de pie. Quito la diapositiva que había puesto y organizo la sala de juntas mientras trato de llegar a la puerta con un hoyo en el pecho. No puedo estar tranquila, estoy asustada. Esto no es bueno. Mis manos no dejan de temblar.
Cuando abro la puerta, Daniel está mirándome fijamente. No sé por qué, pero comienzo a llorar.
—¿Lorena? —se ve asustado.
—Yo... yo...
—¿Qué pasó? Dime.
—Lo logré...
De inmediato sonríe, pero yo no puedo calmarme. No sabía que los inversionistas podían ser tan despiadados. Me costó mucho dejar todo mi miedo oculto por dos horas para fingir alguien que no soy. Lo único que sabía era que no quería fallar, a pesar de estar muerta de miedo. Era la empresa de Daniel, este lugar era mi segundo hogar y no estaba dispuesta por nada del mundo a permitir que algo malo le pasara.
—¿Los convenciste?
—Sí...
Siento sus dedos en mi mejilla.
—¿Entonces por qué lloras?
—No... no sé...—me excuso—. Fueron bastante agresivos.
Lo escucho reír.
—Sí, es parte del trabajo.
Me paso el brazo por los ojos, tratando de calmarme. ¿Qué me pasa? ¿Acaso soy tan mala manejando la presión?
—¡Pero no llores, tonta! —me alza de la cintura, sonriendo. Está muy feliz —¡Lo lograste!
—Sí...
Me deja caer en sus brazos y me abraza. Está tan contento que no se pone tenso por estar así de cerca conmigo. Ni siquiera le importa que otros lo vean. Paso mis brazos por su cuello y entierro la cara en su hombro. Ya pasó. Malditas víboras chupa dinero. El mundo de los empresarios es despiadado. No es por nada, pero creo que yo nunca podría liderar una empresa.
—Eres muy mala manejando la presión —dice.
—Sí... perdón. Mejor vamos a almorzar.
Me separo de él y sonrío. Sus ojos brillan cuando me mira. Está muy orgulloso de mí y yo no podría estar mas feliz.
—¿Ahora si crees que las mujeres también pueden ocupar cargos altos? — lo cuestiono.
Rueda los ojos.
—Tal vez.
Cuando llegamos a la cafetería Valeria se sienta en nuestra mesa. Está tan estresada que no se da cuenta de que se está sentando con el jefe mayor. Daniel y yo nos miramos en silencio mientras ella se revuelve el cabello con desesperación y se queja en voz alta.
—¡Uy no pueden hacer nada bien! ¡Me pasé toda la mañana dándoles instrucciones sobre lo que tenían que hacer! ¡Y lo único que hacían era quejarse de su puesto de trabajo! ¡Cuando somos nosotras las que ocupamos esos puestos no les importa!
Sonrío con nerviosismo. Es mas fácil ponerse en los zapatos del otro cuando vives la situación en carne propia. Por ejemplo, yo aprendí que ser presidenta no es nada fácil, Daniel que las mujeres pueden ser tan inteligentes como los hombres, y los demás hombres de esta empresa han comenzado a darse cuenta de lo inhumanas que son las condiciones del área de informática.
—Tienes suerte, Lore—se queja Valeria—. Tú no tienes que volver ahí, pero mañana voy a estar de nuevo en ese infierno y Santiago me las va a cobrar todas.
—No puede ser tan malo —se cruza de brazos Daniel, mientras mira hacia un lado.
—¿Lo estás oyendo? Creo que no lo has castigado lo suficiente —ahora lo mira a él—. Daniel, me gustaría que tú también ocuparas un lugar en informática un día de estos.
Me mira con duda.
—No es tan malo... ¿verdad?
—Pues... sí lo es—confieso—. Me gustaba estar en informática, pero admito que es un sitio deprimente.
—¿Ah sí? — ¿Está escuchando mis sugerencias?
—Sí. Podría haber mejores equipos, mas luz y... no sé, mas variedad de géneros. No quiero ser mala contigo pero debes admitir que has sido un poco injusto con las mujeres en la empresa —admito—. Es algo que me molesta, y sé que a muchas de las otras también.
—Ya veo... —agacha la mirada— No sé que decirte ahora mismo.
—Sé que no, pero piénsalo.
Daniel se lleva un dedo a su labio inferior, pensativo. No puedo dejar de mirarlo. ¿Por qué quiero que me bese? ¿Acaso me estoy volviendo loca? En el fondo lo sé, me gusta Daniel, pero sé que él nunca sentiría lo mismo por mí. Si lo hiciera... ¿podría lanzarme a la piscina por él? Creo que no lo dudaría. Me enamoré del presidente de la empresa, es increíble. Mi versión del pasado se habría reído en mi cara.
—Está bien—me mira y sonríe—. Lo pensaré.
Una ola de felicidad me invade. Por primera vez, Daniel parece estar dispuesto a cambiar la forma en la que se manejan las cosas en la empresa. Logré lo que quería desde el principio. Que las opiniones de una mujer fueran escuchadas.
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Lorena contra el jefe
Short StoryLorena es una oficinista del área de informática que es feliz en su trabajo, pero ella al igual que muchas de sus compañeras tiene un inconveniente: Los hombres de ese lugar tienen el pensamiento de la época de las cavernas, donde las mujeres no ten...