Capítulo 24

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El ascensor me deja en un piso en donde tengo que hacer un transbordo a otro. La pantalla de acceso hace más preguntas aún. Es como un fastidioso trabajador de migración que te hace mil preguntas para saber a qué vas a ese país.

No es como que yo haya salido de mi país. Eso es lo que he escuchado. Cuando por fin llego al piso, me encuentro con lo que me esperaba: otra recepción.

A diferencia de las otras, este es un amplio escritorio con tres chicas y tres computadoras. Los teléfonos no dejan de sonar y ellas teclean en la computadora mientras hablan de manera rápida. A cada lado de los bordes de la recepción hay dos puertas que se abren de par en par.

Una alfombra con las letras EC está debajo de un juego de recibo en cuero y varias mesas bajas de vidrios. A cada extremo del piso hay maquetas de lo que supongo serán construcciones.

Me acerco a la recepción y cuando me dispongo a hablar, la chica me levanta un dedo indicándome que le espere un segundo. Me muerdo los labios y los humedezco con saliva.

Tengo sed y las ganas de ir al baño me están matando.

—Buenas tardes. ¿En qué...

El teléfono vuelve a sonar y me indica de nuevo con el dedo que la espere. En lo que termina, habló antes de que vuelva a sonar el teléfono:

—Jonah Boat, entrevista con el señor Carotelli.

—El señor Carotelli está almorzando. Por favor tome asiento y en lo que él regrese, será atendido.

Le agradezco y voy a ver las maquetas distribuidas a lo largo del piso, hasta que veo la de estos edificios con una leyenda.

The Island: diseñado, creado y ejecutado por Mario Andrés Carotelli.

—Ambicioso, ¿no?

Experto en asustarme. Se me va a salir el orine.

—Buenas tardes, señor Mario —le extiendo la mano.

Él me mira la mano y luego sube la vista a mis ojos. Cuando pienso que no me la va a dar, la estrecha.

—Buenas tardes, señor Boat —responde.

Se da media vuelta y por instinto le sigo. Se detiene a esperar que una de ellas termine de hablar por teléfono, haciendo ese sonido fastidioso de los dedos contra la madera como si fuese un caballo corriendo.

—Señor Mario...

—No me pasen llamadas ni visitas —ordena.

Camina a la puerta de lado izquierdo, la abre y entra. Me quedo de pie frente a la chica con la vista en la puerta que atravesó Mario, la cual permanece abierta.

—¿Sucede algo? —cuestiona ella.

—Dijo que no le pasaran visita. No sé si me vaya a atender.

—No quiere que les interrumpan mientras estén reunidos.

—¡Ah, ya! —camino rápidamente a la puerta abierta.

Al entrar al lugar, me sorprendo por su tamaño. Tanto espacio para una sola oficina. Un amplio escritorio con una computadora está ubicada al final de la misma con una butaca de cuero y respaldar alto. El piso tiene la misma alfombra, un pequeño juego de comedor, una mesa con lápices, marcadores, reglas, resaltadores y muchas cosas más. La pared que da al otro lado por donde están sentadas las asistentes tiene tres televisores que muestran números, gráficas y emiten sonidos raros.

—Pase, señor Boat. Por favor, siéntese —invita Mario.

Camino hasta su escritorio y me siento en una de las sillas de visitantes. Extremadamente cómodo. Provoca dormir en ella.

Enséñame a VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora