Mi rutina comenzó de nuevo el sábado para el trabajo y hoy para la universidad.
Muchos me dijeron que la vida de adulto y la independencia no era nada fácil. Yo quería librarme del control absoluto de mi madre acerca de mis amistades, de mis salidas, entre otras cosas. Quería experimentar lo que era trabajar, pagar mis cuentas, salir cuando yo quiero.
¡Que fiasco es la vida de adulto!
Quiero volver a cuando era un chico que solo se preocupaba por tener buenas notas.
Ahora soy un adulto joven que debe levantarse a las cinco de la mañana para hacer desayuno e ir a la universidad, estudiar para sacar buenas notas y mantener la beca, trabajar para pagar gastos que no cubren la beca, ahorrar y darme un lujo una que otra vez.
—Mi ciela, necesito el baño —me grita Dilan desde la puerta.
El baño ha sido el mayor problema que hemos tenido por tener el mismo horario. Nos levantamos a la misma hora, tomamos turnos para que uno haga el desayuno y que el otro utilice el baño mientras tanto.
Solo que yo me gasto esos treinta minutos dando vueltas en el baño.
—Riquisimo —me dice en un tono pícaro al ver mi torso mojado cuando abro la puerta para salir.
Desde que me vine a la capital y según mi horario entre la universidad y el trabajo me lo permite, voy a un gimnasio. Al principio me costó, pero cuando fui viendo el resultado, seguí trabajando en ello.
Dilan y yo acordamos desde que nos hicimos cercanos jamás tener ningún tipo de relación. Ni sexual, ni amorosa, nada de amigos con derechos. Si bien es cierto que a veces se forma una tensión sexual incomoda entre nosotros y que, cualquier intento de ligue que se me acerque le molesta, no ha pasado más nada entre nosotros.
Después de vestirme, me siento a desayunar lo único que sabe preparar Dilan hotcakes de banana con Maple, jamón y queso.
Debo admitir que a mí no me quedan así.
Sale del baño y sonríe cuando nuestras miradas se cruzan.
Sus ojos son una extraña combinación entre verde, miel y marrón. Son los más bonitos que he conocido.
—¿Vas a sorprender a alguien hoy?
Su pregunta me toma por sorpresa y me hace fruncir el ceño.
—Oh, ¡vamos! Conmigo no tienes que fingir. Esa camisa —me señala— la usas solo cuando quieres algo.
—Puede ser —me limito a responder y le doy otro sorbo a mi café.
—Insoportable —rueda los ojos y se da media vuelta para caminar a su habitación.
Lo que tardo yo en el baño, lo tarda él y más vistiendose. Y es que, aún si va a regresar todo mugroso, tiene que salir despampanante.
Siempre dice: «Nunca sabes si te vas a conseguir con el amor de tu vida».
¡Bah! Patrañas.
Después de Kelvin, no me he querido abrir al amor de nuevo. Es mucho lo que se sufre en una separación. Él me llama, me escribe, me dice que no ha conocido otro como yo, me ha dicho para vernos cuando viene al país. Sin embargo, ese es un ciclo que yo cerré.
—Hey, princeso, vamos a llegar tarde —le toco la puerta.
—Son las seis y veinte, Jonah —abre la puerta y regresa a echarse perfume.
Algo que siempre hace y nunca voy a entender: se echa perfume viéndose al espejo.
Recoge su bolso con libretas y la camisa del uniforme en un gancho que deja colgado en mi auto para finalmente bajar. Todos en el edificio piensan que somos pareja y ninguno se preocupó porque pensaran diferente.
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Enséñame a Volar
RomanceCinco años han pasado desde que Jonah se mudó a La Gran Ciudad, la capital, para estudiar la carrera de sus sueños. Nadie le dijo que empezar de cero era fácil, pero nadie le dijo que era difícil. Sin su mamá, sin sus amigos, sin su primer amor. Jon...