Capítulo 40

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Mario Andrés

El beso que más he esperado y el mejor que he dado en mi vida... hasta ahora. Jonah besa mejor de lo que esperaba y no quiero soltarlo.

¿Lo estaré haciendo bien? La pregunta cruza mi cabeza y él se pone a reír. ¿Tan mal lo estoy haciendo?

Que humillación. 

—¿Qué es tan gracioso? —me separo de él. 

Jonah baja la cabeza y señala mi pantalón. 

—Eso.

—¡Mierda! 

Olvidaba que no tenía puesta ropa interior. 

La vergüenza inunda mi cuerpo, coloreando mi rostro de rojo. Por instinto, coloco mis manos arriba de la tela abultada. 

—Es normal, Mario Andrés. Yo también tengo una, solo que llevo puesto un bóxer —confiesa. 

—De igual manera.

Llegar al apartamento me ha salvado. 

Corro al vestier, subiendo los escalones de dos en dos y saco el más apretado que tenga para que me oculte la erección lo más posible. Me meto en el pantalón del pijama y todavía se nota, aunque un poco menos. 

Tomo la llave de la habitación de invitados y bajo la escalera. Para mí sorpresa, Jonah está parado a mitad de la sala esperando. La primera vez que traje a Tiffany, fui a la cocina buscar una botella de vino y ya ella estaba abriendo la puerta de mi habitación cuando regresé. 

—¿Duermes sin ropa interior? —cuestiona. 

—Sí. De hecho, odio la ropa interior. La uso por obligación —admito.

Me parece tan incómoda. De repente estás tranquilo, y se coloca de formas que no debería colocarse. O tienes una erección y no sabes cómo acomodarlo para que no se note o incomode. 

Las mujeres son bendecidas.

Me quedo apoyado en el marco de la escalera a esperar que haga algún movimiento. Aparte de que no quiero se note mi erección, no sé cómo actuar. 

—Quiero descansar —rompe el silencio. 

Muestro la llave en mi mano izquierda y le extiendo la derecha para que acerque. Cuando la ha tomado, intento girarme para que no vea mi erección, pero me detiene y me besa, mejor que el primero. 

Su atrevida lengua se abre paso a mi boca y la explora mejor que la primer vez, haciendo una danza con la mía. Una mano se desliza por mi pecho y se detiene en mi miembro, apretando con fuerza. 

—No hay de que avergonzarse —pasa su lengua de manera sensual en mi labio inferior—. Ahora sí podemos subir.

Lo dejo subir y me quedo en mi mismo lugar, tratando de ajustar mi palpitante miembro y ocultar la pequeña mancha de líquido preseminal que atravesó del boxer al pantalón del pijama. 

—¿Mario? —me llama.

—Mierda —me quejo en voz baja. 

Enséñame a VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora