Capítulo 9

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Treinta llamadas perdidas.


Cincuenta mensajes.

Ni Joanne Boat en sus mejores tiempos me saturaba tanto el teléfono.

Después de darle a Lucas un beso de despedida como si no nos fuésemos a ver de nuevo en algunos días, me monto en mi auto y lo primero que busco es el teléfono, consiguiendo los intentos fallidos de comunicación de Dilan.

Le doy retroceso al auto para que Lucas pueda sacar el suyo y luego le sigo para salir. Creo que voy a tener que venir unas dos veces mas pata aprenderme el camino.

El desayuno con sus padres terminó mejor de lo que yo esperaba. Incluso, mejor de lo que Lucas esperaba. Se que todo es interés por el Golden Pass, pero ya me conocerán.

Son casi las siete y media, así que Dilan ya debe estar en la universidad o ir en el transporte público. Aunque no puedo evitar sentir lastima por él teniendo que atravesar media ciudad para llegar a la universidad, tampoco es como que él estuviese toda su vida acostumbrado a andar en auto.

Mejor dicho, yo lo mal acostumbré. Si bien no soy de faltar a clases, cuando me siento muy enfermo, igual lo llevo y luego me regreso a casa.

Al llegar, me detengo en el puesto de siempre y veo a Lucas detenido unos metros más adelante. Tomo mis cosas y camino en su dirección, baja el vidrio y me habla:

—¿Por qué estacionas tan atrás?

—Es que en las horas pico salir de este estacionamiento es una espinilla en el culo. Así que prefiero caminar un poco y salir rápido.

—Vente, te acerco hasta la entrada —abre los seguros.

—No hace falta —sonrío.

—A mi no me compras con esa sonrisa, Jonah Boat. No para esto. Sube —ordena.

Abro la puerta y me meto en el auto, mis rodillas pegando de la guantera. Lucas me indica dónde está la palanca para ajustar el asiento y le hago un gesto restando importancia, igual ya me voy a bajar.

Se detiene en la zona techada y responde antes de que yo le pregunte:

—Ventajas de ser preparador. Ví tus notas cuando buscaba tu número —se sonroja y acaricio su mejilla—. ¿Por qué no te inscribiste como preparador?

—Mi tiempo es escaso. Me rinde a veces porque me permiten hacer trabajos de la universidad en mis empleos. Si no, estaría al borde de un colapso mental —respondo.

—Lo bueno es que ya tienes un psicólogo personal que te puede ayudar a liberar estrés.

—Con teoría y práctica —sonrío y me acerco a besarlo.

Tenía tantos años sin besar que ahora me resulta imposible dejar de hacerlo.

Me bajo del auto llevando mis cosas y las de Lucas. En la entrada al edificio de mi facultad, le entrego sus cosas y le doy un beso. Algunas personas se sorprenden y los otros pasan por nuestro lado como si nada.

Lleva un pantalón beige tan apretado que cuando se voltea para irse, me provoca darle una nalgada. Tomo una respiración para contenerme.

Enséñame a VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora