Capítulo 61

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La mujer nos invita a sentar y se disculpa para traernos café con galletas; siento que ya la amo. A todas estas, Mario Andrés y yo no dejamos claro el tipo de relación que mantenemos. No sé qué le diré al papá si le da por preguntarme a mi.

Me siento en una butaca aparte para no incomodar más la situación, aunque lo que quisiera es estar ahora abrazando a Mario para que se tranquilice un poco. Fiorella trae las galletas con el café y me inclino para servirle una taza a Mario.

—¿Cuánto quieres de azúcar? —le pregunto.

—No quiero café —responde.

—Eso no fue lo que pregunté. ¿Cuánto de azúcar, señor Mario?

—Sin azúcar —responde otra voz y me hace voltear—. Mario Andrés toma el café sin azúcar.

Su papá está parado en el marco de un pasillo que supongo conduce a las habitaciones. Mario se levanta y el hombre estira los brazos para que se acerque. El chico se levanta y le da un fuerte abrazo a su padre, donde sobran las palabras y el amor que se expresan.

No estoy llorando, se me metió una basurita en el ojo.

—¡Lo siento tanto, papá!

—¿Acaso me estás dando el pésame? —se despega y Mario se ríe entre sus lágrimas.

—Por no ser el hijo que esperabas.

—No vuelvas a decir eso, Mario Andrés. Eres más de lo que esperaba, mi mayor orgullo. La única razón por la que sigo en este mundo.

—¿No eran los nietos?—bromea Mario, limpiándose la cara.

—A menos de que ese joven que la prensa conoció primero que yo pueda darte hijos, ya no.

En realidad, existen formas de que podamos tener hijo, solo que no estará en mi vientre.

—Jonah, ven —me llama y me acerco—. Él es Jonah Boat, el chico del que me enamoré.

—¡¿El que?! —pregunto sorprendido.

Oh, cielos. Eso tenía que ser en mi mente.

—El que está encantado de conocerlo, Don Marco —estrecho su mano nervioso—. Disculpe el grito, es que estoy nervioso.

—Oh, no lo estés. Yo no como personas. A menos que se metan con mi hijo, ahí sí es verdad que soy Hannibal Lecter.

—Yo no soy un cordero —aseguro.

El papá de Mario se me queda viendo y luego sonríe por la referencia. Nos invita a sentar de nuevo y ofrece algo para beber. Ellos se deciden por vino y yo me quedo con mi bandeja de café con galletas.

—Necesito saber la historia que los rodea y vincula a Tiffany Hans y a Lucas Montebianco —pide Don Marco.

Mario Andrés procede a narrar la historia, dejando pasar algunos detalles que tal vez él considere poco importante. Su padre le escucha con atención mientras se acaban la primera botella de vino.

Así se pasa el resto de la tarde: hablando de nosotros, comiendo y de la empresa.

—Bueno, don Marco, es un placer —me levanto—. Pero creo Mario está bien de alcohol.

—No, todavía puedo un poco más —habla entre dientes.

—Seguro. Mañana sigues con tu degustación de vinos.

Lo ayudo a levantar y lo conduzco hasta la habitación que me señala como la suya. Abro la puerta para pasar y la cierro despacio según el pesado chico a mi lado me permite. Lo siento en la cama para poder acomodar las almohadas y él se cae dormido a lo ancho de la cama.

Enséñame a VolarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora