Capítulo II

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Kira

Las cosas siempre tienen un motivo de ser.

Tuve el mismo sueño, noche tras noche y al despertar, sólo tenía una serie de imágenes sin lógica alguna que trataba de acomodar. Lo único que podía recordar con claridad, eran unos ojos azules, más azules que el mismo cielo de medio día, con una mirada completamente penetrante, profunda, cautivadora e interesante.

Los días pasaban muy rápido, podía recordar con claridad mi primer día de clases, después del verano. Estaba por terminar octubre y sentía que el tiempo se me escapaba de las manos, sin saber qué hacer con él.

El 31 de octubre, el cruel y burlón destino, me tenía preparada una sorpresa. Aunque para ser sincera no fue su culpa, sino mía, por olvidar poner el despertador la noche anterior.

Desperté 30 minutos tarde y para variar me levanté de la cama con el pie izquierdo, ya que a partir de ese momento todo comenzó a salirme mal. En primer lugar, me quedé dormida; en segundo, no encontré mis zapatos habituales, porque eran más cómodos para mi trabajo; y en tercero, llegué tarde a la parada del bus y no lo alcancé; cuando estuve a punto de llegar este arrancó.

Tuve que esperar quince minutos para el próximo. Trataba de verle el lado positivo, pero en ese momento no encontré ninguno. Estaba desesperada por llegar, porque tenía un examen a primera hora, pero no podía pagar un taxi para ir a la escuela, porque no me alcanzaba el dinero para uno. Me quedé dormida estudiando hasta altas horas en la madrugada y como consecuencia tenía eso.

A lo lejos pude divisar el bus, me subí desesperada a él, me senté hasta atrás, vi como se subieron varias de las personas que regularmente veía todos los días. Al parecer no era la única a la que se le hizo tarde. Venía del lado de la ventana, sintiendo la brisa del aire fresco de otoño.

<<¡Oh que cruel y burlón destino!, ¿Qué te he hecho yo para que te burles de mí de esa manera, esa forma tan peculiar que te caracteriza?>> pensé.

Vi, a un muchacho que nunca miré antes en el bus, pero por una razón que era difícil de explicar, me parecía muy familiar. Era alto de un poco más de 1.80 m; de piel blanca un poco bronceada; cabello castaño claro, un poco largo y rebelde, con la explosión de Albert Einstein, pero lo supo acomodar bien, ojos azules como el mar; se notaba en su cuerpo que hacía ejercicio; con la apariencia de galán de novela. Era el chico perfecto para un cliché de novela juvenil. Al verlo podía imaginar un sinfín de historias poniéndolo como protagonista, pero sabía que no era bueno hacer eso en mi mente. No podía negar que era guapo, pero no era mi tipo.

Mi sorpresa fue cuando se sentó a un asiento de mí. Nos dividía sólo una muchacha. Lo vi de reojo, tenía un arete en la oreja derecha y un tatuaje en el antebrazo izquierdo, pero no pude ver con claridad lo que decía, parecía una frase en francés. Dejé de prestarle atención para sacar una hoja con apuntes que traía en mi mochila, para así usar ese tiempo del trayecto para seguir estudiando.

Seguí estudiando, pero de alguna manera extraña, sentí como si alguien me mirara. Volteé para ver quién era pero no había nadie, sentí lo mismo una vez más, y no sé si fue por presentimiento o instinto lo que me hizo voltear de reojo a ver al joven y era él. Pero no le tomé importancia y seguí leyendo.

Unas cuadras después me bajé del bus, era momento de decirle adiós a aquel joven que jamás volvería a ver y decirle hola a mi realidad, correr para llegar a mi examen.

Llegué al salón de clases y para mi buena fortuna el profesor todavía no entraba. Me senté y en cuanto lo hice llegó.

—Buenos días, jóvenes. Por favor guarden sus cosas. En su escritorio únicamente quiero pluma, lápiz y borrador— dejó las cosas en el escritorio.

Detrás de una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora