Parte 31: El reingreso

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Por varios segundos, nadie dijo nada. La impresión, el dolor, la angustia y la sorpresa... Eran demasiadas cosas para procesar. No fue sino hasta que Lynn Sr. se desmayó cuando todos empezaron a moverse.

Lynn, Luna y Lori rodearon a Alex, a Kate y a Jasmin, pues las últimas dos, al ser unas bebés, estaban en manos de su hermana mayor. La niña de casi seis años no se quejó, ni mucho menos; parecía como si ya tuviera planeado hacerlo todo desde el principio. Lana, Lola y Lily tomaron a Rachel y a Sarah, mientras que Lucy y Luan custodiaron a Ken. Ninguno de los niños dijo nada, únicamente se despidieron de su madre. 

Era bastante perturbador ver a esos seis niños, pues eran la viva imagen de su madre. Físicamente no había ni rastro de los Loud: las niñas tenían el cabello negro y largo, el muchacho lo tenía corto, pero igual de negro, sus voces podrían pasar por la de Stella en cuanto crecieran, y a menos que sus ojos las engañaran, parecían igual de casuales que su madre al ver a su padre esposado. Sin embargo, Lincoln estaba presente en ellos: en alguna pose, cierta forma de expresarse, la forma de caminar, de hablar, de respirar, de parpadear, de moverse, de saludar, de reír; esas eran características heredadas de Lincoln. Sin importar lo mucho que ocurriera, o qué tanto les doliera, Stella estaría unida a Lincoln para siempre. 

Las hermanas Loud se llevaron a sus sobrinos fuera de la habitación, mientras que Lisa aplicaba inmediatamente primeros auxilios a su finalmente liberado y encontrado hermano. Y aunque querían moler a golpes a Stella, nadie le tocó ni medio cabello, pues aún tenía a dos gemelas que parir en su vientre. Sin embargo, Stella accedió a quitarle las bombas a sus parientes, pues ya no tenía sentido hacerlo, según sus propias palabras. Segundos después, los Merian finalmente dejaron de escuchar ese ligero pero constante tic-tic que escuchaban hasta en sus sueños desde hacía años. Sin embargo, ninguno de ellos se quejó, y no solo porque pensaban que se merecían cada parte de ese trauma, sino también porque Lincoln se había llevado la peor parte.

El peliblanco había sido violado una y otra vez en los últimos seis años. Tenía que satisfacer todas y cada una de las fantasías de Stella. Había sido forzado a eyacular dentro de su novia al menos treinta veces al día. Si no fuera por su genética, sin duda habría sufrido daños peores, pero no se podía negar que era un cierto alivio saber que, con un prolongado descanso según la evaluación de Lisa, se encontraría mejor. Sus cuerdas vocales se veían dañadas, muy probablemente de los gritos que había dado todo ese tiempo. Las marcas en su espalda no solo eran viejas y recientes al mismo tiempo, sino también profundas. Su cabello no estaba muy largo, producto de los cortes que a veces le daba Stella, pero distaba mucho de estar limpio. Su piel no parecía haber recibido la luz del sol en muchísimo tiempo. Estaba pálido y blancuzco. No se veía muy mal alimentado, pero se podían contar fácilmente sus costillas. Su enorme miembro viril seguía relativamente erecto, y cuando Lisa le quitó las esposas para tratar de moverlo un poco, eyaculó por última vez en mucho tiempo. Sus muñecas y tobillos se veían raquíticos, y tenía profundas marcas de las esposas. En cuanto se vio liberado, Lincoln cayó desmayado; sus piernas no lo sostenían, y su piel era fría como la muerte al tacto. 

Leni, la única que no se había movido, tomó rápidamente una manta y cubrió con ella a su hermanito. Tapó lo mejor que pudo su cuerpo y lo abrazó, llorando a lágrima viva.

- Ay, Lincky... ¿Qué te he hecho, hermanito?

El pobre Lincoln yacía en los brazos de su verdadero amor, mientras su vieja familia se llevaba a su nueva familia hacia una vida que sería infinitamente mejor que la anterior.

Unas horas después, Stella se hallaba en prisión. Ella prácticamente se burlaba de todos, pues le dieron la mejor celda para ella sola, pues sus bebés aún estaban dentro de ella. Le pusieron ropa que no había usado en años, y con su creciente embarazo, la dejaron sola. Así pues, los Loud se dirigieron a su casa, en la que vivirían los seis hijos que Lincoln tenía en esos momentos. Alex, Ken, Rachel, Sarah, Jasmin y Kate aceptaron, pues no les importaba mucho lo que les pasara mientras estuvieran con su padre. Las bebés, por supuesto, solo gritaban o lloraban para que les dieran de comer. Sin embargo, una preocupación les llegaba a todos, y esa era una sola pregunta: ¿Qué tanto de Stella estaría impregnado en las mentes de sus hijos mayores? La única persona que podía responder esas preguntas era Lincoln, y estaba inconsciente.

El hospital en el que estaba internado el albino lo tenía en cuidado intensivo, pues aunque su estado físico no era muy grave, sí que era precario. Lo que en verdad asustaba a los doctores era su salud mental. Después de haber estudiado su historial, consideraron que era un milagro que Lincoln simplemente se haya quedado inconsciente, en lugar de haber acabado en el manicomio, y aún más que, ya terminada una evaluación, que siguiera siendo fértil. Ninguna persona normal habría soportado tanta estimulación sexual, y los doctores sólo podían darle las gracias a su genética. 

Así, la familia Loud y la familia Merian visitaban con frecuencia la habitación diecinueve, número que en otra historia era importante, y que aquí le daba fuerzas al albino por medio de algún ser misericordioso que contribuyó a que Lincoln siguiera con vida, y con apenas un deje de cordura. Sin embargo, cuando Lincoln por fin despertó, no habló mucho. Sólo respondía a preguntas básicas, y únicamente si eran formuladas con opciones de responder afirmativa o negativamente. Apenas y abrió la boca con su familia, sin dejar de mirar alrededor suyo, como buscando a alguien. 

Dos meses después le dieron el alta a Lincoln, pues los doctores habían realizado bien su trabajo. Su reingreso a la sociedad era inminente. Lincoln tendría cicatrices en sus muñecas, tobillos y su espalda por el resto de su vida, recordatorio de los años de cautiverio y sexo desenfrenado. Pero más que nada, lo que podía destruir o curar su mente se hallaba en su casa, la casa que no había visto desde hacía un largo tiempo. Ya luego se decidirá si sus padres, sus hermanas y sus hijos lo llevarían hacia un final de cuento de hadas... o a la más mísera desesperación.

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