1. Punto de partida

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Asoma la cabeza a los lados, mordiéndose los labios que le saben mal culpa de la tinta. Tira los tacones a un lado y toma la pesada falda. Debió ponerse un vestido más holgado, pero su tan amable madre insistió a más no poder con que no podía usar "ropa de una cualquiera" para irse de viaje al país donde vive su prometido.

Mamá y sus prioridades, suspira cansina de solo pensarlo. No le importó comprometerla con alguien que apenas conoce y que solo tiene una meta con ella, pero Eh, que la ropa es un problema muy serio. No puede lucir como cualquier hija del vecino. Debe demostrar la clase alta a la que pertenece. El corsé apretado, el escote medio ancho –culpa de su busto grande -, la falda llena de capas y capas de relleno innecesario y la ropa de interior apenas más pequeña.

Porque tiempos cambiantes y un prometido más lujurioso que el diablo. A veces sin ropa interior usa porque de plano él la aborrece y por supuesto que hay que complacer al señor. Cierra los ojos, toma un respiro y se levanta en las puntas de sus pies, sosteniendo con firmeza la falda y realizando un Relevé sencillo y luego continuando con una imaginaria rutina con imaginaria música.

Sus pasos apenas detenidos por el vestido pesado y la extensa cabellera suelta no pierden gracia, sino equilibrio, abandonando por completo la danza recta que le fue enseñada desde niña y curvando el cuerpo de tal manera en la que parece que está a poco de caer.

La verdad no.

Tan alejado de la realidad, cómo su estilo de danza, del ballet.

—De nuevo con esto.

Tropieza torpemente y cae al suelo bruscamente. Toma la mano que ofrece ayuda y se levanta, bufa el mechón de cabello que se le vino a la cara—Deberías entender que el suelo te quiere demasiado, Jimin. No te arriesgues tanto—. Opina tendiéndole los tacones. La chica los toma y se los pone con gran molestia.

Pensó que estaba sola y resulta que como siempre tiene a alguien viéndola. Como si necesitara que la estén vigilando. Acomoda el cabello tras su oreja y el sirviente le mira fijamente. Siendo más alto que ella y usando eso a favor para mantener la vista abajo.

—Jihan—Llama con deje exasperado—. ¿No puedo estar sola cinco minutos?

—Estará muy sola cuando lleguemos a su nuevo hogar y lugar de boda, se lo aseguro. —Ríe simpático.

— ¿Por eso Hyungsik te ordena vigilarme? No me voy a escapar o algo así. —bromea sin gracia.

—Quiere saber que está segura, no considero que sea un mal rasgo del parte del señor—Opina y Jimin rueda los ojos. No lo consideraría así de no ser porque sabe muy bien a qué viene esto—. Ya es tiempo de salir al puerto. Considerando como tiene el cabello, el vestido y demás, no está lista.

—Es un viaje de cinco meses. —Lloriquea agotada.

—Hice cargar sus libros, cuadernos de dibujo y prendas para que tenga mucho con lo que entretenerse. Serán días pasados en un chasquido. Se lo prometo.

— ¿Con Hyungsik? Días en un chasquido y noches largas... ¿Hay mucho alcohol en ese barco?

—Sí, hasta la próxima parada que haga.

Se lleva una mano a la sien. Su prometido no le cae mal. Tiene mucha más suerte que sus otras hermanas. Casadas y ya con hijos de sus maridos. Todos importantes en la sociedad, algunos en la nobleza y con negocios que se entrelazan al de la familia. Jimin es la hija menor y fue la última en unirse al club de Tengo hijas para casarlas y conseguir beneficios por ello.

Volviendo a su prometido. Apenas le lleva diez años, es guapo, es simpático, pero es perfectamente consciente de que pidió su mano solo porque es un partido llamativo corporalmente hablando. Apenas perdiera ese rasgo –posiblemente si se embaraza-, el hombre iría de cama en cama y ella al olvido.

Mermaids WifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora