Capítulo 19 "Ángel caído"

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Abandonamos la pista entrando en el vestuario.

No era muy grande, pero sí lo suficiente para que dentro de él hubiera un par de duchas y una camilla por si ocurría algún contratiempo, ya que el pueblo estaba a cuarenta y cinco minutos de la ciudad y a veces el dolor de los que entraban en una pista para hacer frente a noventa minutos era tan grande, que hacía falta algo más que Reflex y unas palabras de ánimo para que se esfumara.

- Entonces, ahora es cuando tengo que dejar de llamarte hermanita para empezar a llamarte enfermera, ¿no, enana? – Preguntó Hugo burlonamente.

“Ni después de haber sufrido un mareo se le van a quitar las ganas de bromear”

- Anda, deja ya de vacilar y túmbate, que nuestros padres se van a empezar a preocupar. – Dije seria, sabiendo que mis padres no sabían que había ido a ver el partido, y los de Hugo no tardarían en pasarse por mi casa si se retrasaba mucho más.

- ¿Así? ¿Sin camiseta, rodeados de paredes blancas, metidos en una caseta de cuatro metros de ancho por cuatro de largo, y ya quieres que me tumbe? Yo me creía que tú eras más romántica, ¿eh? – Dijo poniendo una mueca de disgusto.

- Imbécil. – Reí mientras buscaba una camiseta limpia dentro de su bolsa de deporte y se la lanzaba.

Hugo se puso la camiseta y seguidamente se tumbó boca arriba en la camilla.

Cogí las toallas que había colocadas encima de uno de los bancos y el cubo vacío que estaba al lado. Abrí el grifo y dejé que el agua corriera hasta llenarlo, mientras Hugo no quitaba ojo de encima a cada acción que realizaba.

Me senté en la silla que había al lado de donde estaba y humedecí una de las toallas para después colocarla sobre su frente. El sudor poco a poco comenzó a desaparecer y la temperatura de su cuerpo empezó a bajar.

Ninguno de los dos pronunciamos palabra y él seguía contemplando cada movimiento que hacía, porque sabía que si estaba allí era porque quería, nadie me obligaba y, sin embargo, a mí me gustaba encontrarme allí, con él, cuidando o haciendo de enfermera de la persona que tantas otras veces me había cuidado a mí.

- Oye Marina, que…gracias. – Rompió el silencio.

Hugo no solía agradecerle a nadie las cosas que hacían por él, quizá porque no estaba acostumbrado a que se preocuparan demasiado o porque nunca le decía a nadie que se encontraba mal y no se podía saber si estaba bien o, por el contrario, no lo estaba, por eso me chocó oír esa palabra.

- ¿Por qué? – Pregunté aún con la mano presionando la toalla.

- Pues…porque sí, por…estar a tres centímetros de mí aguantando las ganas que tienes de besarme sólo porque sabes que los hermanos tienen derechos…limitados. – Sonrió.

Negué con la cabeza sabiendo que esa no era la razón por la que me lo agradecía, pero Hugo aunque tuviese momentos de sinceridad, era un orgulloso y no iba a dejar que viese más allá de ese “gracias”, aunque tampoco lo necesitaba, ya que yo sabía el motivo perfectamente.

- Y, ¿quién te ha dicho a ti que no puedo besarte, chico listo?

- ¿Sí que puedes? – Preguntó él alzando las cejas.

- ¡Pues claro!

Quité la toalla que ya había dejado de hacer efecto sobre su cuerpo, deslicé mi mano por su cabeza acariciándole el pelo y me acerqué a él lentamente dejando que mis labios se posaran sobre su mejilla.

- Joder… - Hugo comenzó a reírse al saber que esa vez había sido más lista que él.

- ¿Ves como sí que podía? Y ahora acuéstate, que ya has escuchado al entrenador, tienes que descansar. – Pronuncié sonriendo.

- Ya sabes que yo nunca le hago caso a nadie, así que tampoco voy a hacérselo a él.

Era verdad que él siempre iba a su bola, o eso era lo que quería aparentar, pero como bien dicen: las apariencias engañan. Y Hugo tenía esa fachada de “todo me da igual”, no porque escuchara a Pignoise y se le hubiera quedado grabada la canción que lleva el mismo título, sino porque él era así: un niño grande por fuera, un niño pequeño por dentro.

- Pero es que no te lo está pidiendo él, Hugo, te lo estoy pidiendo yo. – Dije sabiendo que a mí no me lo negaría.

- Bueno, en ese caso, si me cuentas un cuento a lo mejor me lo pienso… - Sonrió divertido.

- Confórmate con esto.

Le di la cápsula de vitaminas que me había entregado su entrenador para que terminase de recuperar las energías necesarias.

- No me vayas ahora a echar mucho de menos mientras estoy dormido, enana. – Dijo mientras se terminaba de tragar la pastilla.

- No te preocupes, que no lo haré, flipado.

Cerró los ojos y me quedé contemplándole con una sonrisa en el rostro.

Sí, definitivamente Hugo era igual de bonito con los ojos cerrados o sin ellos. Tenía cara de angelito, de un ángel caído del cielo dispuesto a regresar a su lugar de origen en el momento más inesperado.

No te olvido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora