La canción terminó de sonar y pude ver cómo los chicos que jugaban en el mismo equipo que Hugo, le bajaban después de haberle cogido para mantearle, como si acabase de meter el gol decisivo que les diera el triunfo y la copa.
Los más pequeños seguían corriendo por todo el almacén, jugando a los polis y cacos mientras Hugo terminaba de ser felicitado por todos. Lucía fue la última en acercarse a él, después de su hermano, y a continuación me tocó a mí, había llegado mi turno.
Caminé hacia la entrada, que era donde se encontraba todavía él, ya que no le había dado tiempo a moverse cuando todo el mundo se agolpó a su alrededor. Estaba colocándose bien el jersey, que ante tanta subida y bajada se le había descolocado, y peinándose con la mano el flequillo, para comprobar que lo seguía teniendo perfecto.
Hugo era además del chico creído, vacilón y gracioso, el niño pijo del instituto. Le gustaba vestir bien, ya fuese en la ciudad o en el pueblo, y casi siempre usaba ropa de marca. Lo mejor de todo eso era que además le quedaba bien (aunque con el físico que tenía era bastante complicado que algo le sentara mal), y por ello se había convertido en el chico más solicitado de todo el colegio.
Levantó la cabeza y pudo ver que me dirigía hacia él.
No había rasgo que le definiera que no me volviera loca, y si por si eso fuera poco, sonreía, que fue lo que hizo al verme acercarme, resultaba inevitable acordarse del título de uno de los libros de Blue Jeans, “No sonrías que me enamoro”, porque sí, tenía una sonrisa preciosa.
Él era jodidamente perfecto.
- Hola. – Dije con un hilito de voz al llegar frente a él. Me había quedado cortada.
- ¿Hola? ¿Cómo que hola?
Me cogió por las piernas elevándome hacia arriba, mientras comenzaba a dar vueltas sobre sí mismo. Me volvió a dejar en el suelo cuando intuyó que me iba a morir de la risa, ya que no podía dejar de reír.
- Felicidades, Hache. – Dije lanzándome a sus brazos.
Él me rodeó con sus brazos por la cintura abrazándome también.
- ¿Hache? Pero si yo estoy muchísimo más bueno que Mario Casas. – Dijo guiñándome un ojo.
- Venga flipado, vamos a la mesa antes de que tu ego se entere de que estamos celebrando una fiesta y le dé por bajar también.
Nos pusimos a picotear de cada plato al que le veíamos buena pinta, a echarnos cubitos en los vasos hasta llenarlos, a cantar, a bailar, a saltar, y a pasárnoslo bien como niños que éramos.
Entonces me paré, me paré a mirarle. Estaba haciendo el tonto con los colegas de su equipo, le pillé riendo, y en ese instante no supe cuánto, horas después, echaría de menos esa risa.
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No te olvido.
Roman pour AdolescentsÉl, el chico más vacilón, egocéntrico, orgulloso y pijo de todo el instituto. Una sonrisa bonita, un guiño inocente, un susurro al oído, un chiste malo, y ya tiene a cualquier chica rendida a sus pies. Cualquier persona en su sano juicio se hubiera...