Capítulo 44 "Abrazos que hablan, momentos que marcan"

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Cerré el diario al leer la última palabra escrita por Marina y lo dejé encima de la mesa del escritorio. Una lágrima se deslizó por mi mejilla para terminar posándose en mi pantalón vaquero.

Ahora lo entendía todo, entendía por qué Marina había salido corriendo del cine sin dar explicaciones, entendía que algunas veces estuviera mal sin yo notarle motivos aparentes. Tenía la respuesta delante de mis narices: le echaba de menos a él.

Ella nunca me había hablado de Hugo, ni de esa historia, y acababa de descubrirla por mí misma; sin embargo, había una cosa que todavía no comprendía, no comprendía por qué había estado dos semanas sin dar señales de vida, sin dirigirme la palabra. Me lo podría haber contado y yo la hubiera escuchado, la hubiera entendido y habría podido ayudarle con alguno de mis consejos, pero Marina, en cierto modo, se parecía a él, también era muy orgullosa.

Dejé de pensar al escuchar la puerta de la casa abrirse. Era ella, seguro.

Hacía más de dos horas que la había visto salir con el coche, pero había estado tan enganchada con lo que ponía en ese diario que no me había percatado de que la aguja del reloj había seguido moviéndose, no se había parado.

Aún así, no pensaba moverme de allí, me enfrentaría a ella, cara a cara.

- ¡Cristina! Pero, ¿qué haces tú aquí?

Su cara de sorpresa me confirmó que no me esperaba para nada. Y era lógico, yo tampoco hubiese esperado ninguna visita con la puerta de la casa echada con llave.

- ¿Cómo has entrado? ¿Te ha abierto alguien? - Preguntó abandonando el umbral de la puerta y entrando en su habitación.

No me dio tiempo a contestar, porque vio el diario encima de la mesa y se puso a gritar, sabiendo que había violado su privacidad.

- ¿Qué hace mi diario ahí? ¿Lo has leído?

Asentí bajando la cabeza despacio.

- ¡¿Qué?! ¿Cómo te has atrevido? Tú no sabes que eso es algo personal, o ¿qué?

- Marina, tranquilízate... - Dije al ver que estaba comenzando a alterarse demasiado.

- No, no me da la gana de tranquilizarme. No tenías ningún derecho, Cristina. No tenías ningún derecho a leer ese diario.

Lo sabía. Ella no estaba así de enfadada porque hubiera cogido un simple diario, sino por ver lo que dentro de éste se escondía: su secreto mejor guardado.

Decidí atacar por el lado que ahora sabía que más le dolía, y no porque quisiera hacerle daño, sino porque tras dos semanas había llegado el momento de sincerarnos.

- Le echas de menos, ¿verdad?

- ¿Qué? - Intentó hacerse la loca y no entender a qué me refería, pero sabía perfectamente que sí lo sabía.

- Que si echas de menos a Hugo.

Creo que el volver a escuchar su nombre fue lo que hizo que algo en su interior se removiera, porque cambió su expresión radicalmente a una más afligida que le llevó a decirme todo lo que sentía y durante tanto tiempo se había callado.

- Mucho, le echo muchísimo de menos.

- Le querías, ¿verdad?

- Como a nadie he querido en mi vida. - Una lágrima cayó por su rostro.

- Marina, yo... - Me dispuse a levantarme de la silla para ponerme a su altura, pero no me dio tiempo porque ella volvió a reaccionar.

- No, tú nada, tú no sabes lo que es perder a alguien como él, tú no sabes lo que es echar de menos hasta el punto de decir: "No quiero una vida si él no forma parte de ella".

- Sí, sí lo sé.

Se quedó sin palabras, no se esperaba esa contestación por mi parte y aproveché ese momento para ponerme de pie, a cinco centímetros de ella.

- Sí sé lo que es echar de menos, porque te he echado de menos a ti durante estas dos semanas.

Más y más gotas de agua continuaban resbalándose por su mejilla, y la abracé.

Marina, esa persona a la que nunca había visto llorar, a la que parecía que nunca le pasaba nada, que siempre estaba con una sonrisa, dispuesta a vacilarte, a meterse contigo o a picarte, no era tan fuerte como parecía, o quizá llevaba demasiado tiempo siéndolo, no lo sé, lo único que tenía claro es que ahora estaba allí, derrumbándose en mi hombro.

- Joder, es que él era el mejor, y tendría que estar aquí, no tendría que haberse ido porque él no tuvo la culpa de nada. Y, si ahora mismo hubiera alguna máquina del tiempo para volver al pasado, volvería para alejarle de allí, para que no le pasara todo lo que le pasó.

Nunca la había visto en ese estado y tenía que hacer algo, no podía dejar que se viniera abajo la persona que me había demostrado tanto en tan poco tiempo.

- Marina... - Dejé de abrazarla y cogí su cara entre mis manos, secándole las lágrimas que caían por su mejilla como si de una cascada se tratase. - Las personas se tienen que morir porque si no, no valorarían la vida, ¿vale? Sé que... - Tuve que hacer una pausa para tragar el nudo que había empezado a formarse en mi garganta. - Sé que lo que le pasó a él no es justo, porque tenía catorce años y porque le quedaba muchísimo por vivir, pero no puedes hacer nada contra eso, ¿sabes? Y lo que tienes que pensar es que él te está viendo desde ahí arriba y lo que no quiere es que tú te pongas mal. Porque él ahora es tu ángel.

Nuestras miradas se quedaron en suspense durante un tiempo, fijas la una en la otra, como si sólo fuese necesario eso para decirnos todo, como si fuera una de esas miradas que dicen más que mil palabras.

Volvimos a abrazarnos, más fuerte que antes, como si ahora fuésemos nosotras las que no quisiéramos separarnos nunca, ser mejores amigas para toda la vida.

Y, con mi cabeza pegada a la suya, lo único que me apeteció decirle en ese momento, fue:

- Te quiero, pequeña.

Porque hay abrazos que hablan, y momentos que marcan.

No te olvido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora