Mi cuerpo estaba paralizado, se había quedado petrificado, no reaccionaba.
Eso no podía estar pasando, Hugo no podía estar yéndose delante de mis narices. Seguro que todavía quedaba un atisbo de luz, de esperanza. Pero esa mínima posibilidad se esfumó de golpe cuando el hombre que estaba intentando devolverle a la vida, dejó el desfibrilador a un lado y movió la cabeza de un lado hacia otro, en señal de negación.
Empujé a los médicos que seguían alrededor de él para que se echaran a un lado. Me posicioné en el suelo de rodillas, al lado de mi mejor amigo, al lado del amor de mi vida.
- Hugo, ¿puedes oírme? – Dije acariciando su pelo.
Pero nada, nada se movió en él.
- Hugo, que soy yo, tu enana. – Dije pasando mi mano ahora por su rostro.
Una lágrima comenzó a salir de mis ojos al ver que su vida se había ido, y la mía también se iba con él.
Coloqué mi mano detrás de su cuello y posicioné mi cabeza en su pecho mientras lloraba desconsoladamente.
- ¿Por qué él? ¿Por qué? – Grité mirando al cielo, buscando una explicación a algo que no la tenía.
Rodeé su cuerpo con ambas manos y lo abracé. No pensaba separarme de él, si se iba, yo me iría también, porque no quería un mundo en el que Hugo no estuviese, no quería una vida sin él.
Acerqué mis labios a su oído dispuesta a susurrarle esa frase que nunca me atreví a decirle a la cara.
- Te quiero.
Y me quedé allí, tumbada junto a él, con mi cuerpo pegado al suyo, dejando que mis lágrimas se mezclasen con la lluvia que ahora caía desde arriba, viendo cómo toda mi vida se consumía, como una vela que deja de alumbrar si no le prendes fuego, que se derrite poco a poco conforme esa llama se hace cada vez mayor, y que al final se apaga, dejando todo a oscuras, como a oscuras me quedé yo.
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No te olvido.
Teen FictionÉl, el chico más vacilón, egocéntrico, orgulloso y pijo de todo el instituto. Una sonrisa bonita, un guiño inocente, un susurro al oído, un chiste malo, y ya tiene a cualquier chica rendida a sus pies. Cualquier persona en su sano juicio se hubiera...