Capítulo 39 "La dura realidad"

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Abrí los ojos e intenté adivinar dónde me encontraba. Era mi habitación y acababa de despertarme.

Me dolía la cabeza y deduje que había estado llorando por todos los pañuelos de papel que decoraban la mesita de noche, y porque la almohada estaba húmeda.

Me levanté y me senté en la cama. Pensé en su sonrisa, en la moto, en el accidente, en la canción y, después, en el apagón.

¿Había sido todo una pesadilla? No lo tenía muy claro, pero hasta que alguien o algo no me demostrara lo contrario, seguiría pensando que sí. O eso era lo que yo prefería pensar, antes que hacerle frente a la dura realidad.

Cogí el móvil y pinché en el contacto con el nombre “Hache”. Un pitido, otro, y otro más, hasta que, por fin, se escuchó una voz en la línea:

El número al que llama no contesta. Deje su mensaje después de oír la señal.

Se trataba del contestador. Nunca había odiado tanto aquella voz como ese día, pero no quise ponerme en lo peor, seguramente estaría duchándose o habría salido y se había dejado olvidado el móvil. Sí, eso debía de ser.

La puerta de mi cuarto se abrió lentamente dejando paso a mi madre.

- ¿Cómo estás, cariño? – Dijo sentándose a mi lado y acariciándome el rostro.

- Bien, estoy bien.

Me chocó escuchar esa pregunta ya que no tenía motivos para estar mal, a menos que…

- Mamá, ¿le ha pasado algo a Hugo?

- Hugo ya no está, mi vida. Se fue ayer para siempre de este mundo.

No, no había sido una pesadilla, había sido todo real y yo había estado allí, formando parte de aquel cruel juego del destino.

Mis ojos comenzaron a enrojecer, pero conseguí retener las lágrimas que volvían agolparse pidiendo salir, como presos que llevan entre rejas demasiado tiempo y gritan a voces la libertad.

- Esta tarde es el entierro. Papá y yo vamos a ir.

- Yo también voy. – Dije sabiendo que esa era la única forma que tenía de despedirme de él, de decirle las diez mil cosas que me quedaron por decirle.

- ¿Seguro que quieres venir? Eso no es un sitio para niños.

- Mamá, se trata de él, de Hugo, sabes que no puedo quedarme aquí y sabes que voy a ir, quieras o no.

Yo también podía ser muy cabezota cuando me lo proponía, y mi madre bien lo sabía.

- Como quieras. Es a las seis. – Me dio un beso en la frente y salió de la habitación.

Volví a tumbarme en la cama.

“Mierda de vida, mierda de todo” - Pensé antes de volver a quedarme dormida.

Soñé con él, con sus ganas de comerse el mundo, de hacer grande lo pequeño, fácil lo difícil y posible lo imposible. Le quedaban mil cosas por hacer, mil sueños por cumplir, mil aventuras por vivir, y se había ido sin ni siquiera decirme “Adiós”.

Me desperté cuando los rayos del Sol se reflejaron en mi cara. Abrí el armario y saqué el vestido negro que no me ponía desde hacía años. Me miré al espejo antes de salir, tenía los ojos hinchados, pero no me importaba porque eso quería decir que él todavía estaba conmigo, presente en mi mirada.

Me subí en el coche y pusimos rumbo al cementerio.

El Sol se había ido y nubes grises eran lo único que podían verse desde el cristal. El cielo también lloraba su ausencia.

No te olvido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora