Capítulo 30 "Todo un encanto"

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No le hizo falta marcar el número de teléfono ya que tenía a mi madre guardada en la agenda como contacto. Pulsó la tecla de llamada y se acercó el dispositivo a la oreja.

- ¿Sí?

El volumen del teléfono estaba demasiado elevado y la voz de mi madre se escuchaba aún sin estar pegada al aparato.

- ¡Hola Sandra! Soy Hugo.

- Ah, hola Hugo. ¿Qué tal estás?

- Bien, muy bien. La llamaba porque… - No le dio tiempo a continuar la frase porque mi madre volvió a preguntar desde el otro lado de la línea.

- Me ha dicho mi hija que hoy era tu cumpleaños. ¡Felicidades!

- Sí, bueno fue hace dos días, pero los pueblerinos estaban deseando de verme soplar las velas y tampoco quería dejarles con las ganas. – Sonrió torcidamente y yo le hice un gesto para que cortara ya porque si no, nunca le diría el motivo por el que la había llamado. - ¡Muchas gracias!

- Catorce años ya, ¿eh? ¡Qué mayor! Estás hecho todo un hombrecito. – Rió.

- Sí, la verdad es que el tiempo pasa volando…Sandra, quería preguntarle si le deja a Marina bajar al pueblo de al lado.

- ¿Vosotros dos solos?

- No no, vamos con tres amigos más.

- Bueno, está bien, pero no lleguéis tarde y tened mucho cuidado.

- Descuide, que le dejaré en la puerta de su casa hecha una princesita.

Tras decir esto, ambos colgaron. Hugo era un caballero, y mi madre sabía tan bien como yo que con él, nada malo podía pasarme.

- ¿Qué ha dicho? – Pregunté tras haber finalizado el diálogo.

- Respuesta afirmativa. Te vienes conmigo.

- ¿Cómo lo has conseguido? – Pregunté sabiendo que mi madre y las salidas de noche no estaban muy compenetradas.

- Se me da demasiado bien convencer a una mujer. - Respondió guiñándome un ojo.

Sí, además de un caballero, Hugo era un donjuán, y hasta a mi madre había conseguido conquistar.

Pasó su brazo por encima de mis hombros y comenzamos a andar rumbo al pueblo vecino. No tardamos mucho en oír la música y ver las luces que provenían de la discoteca, ya que ésta estaba situada en la entrada del pueblo.

Fuera pude ver a unos cuantos coches aparcados, cuyos dueños supuse que estarían ya borrachos o liándose con alguna chica en alguno de los asientos del interior. En la entrada de la discoteca, se encontraba un hombre alto, calvo y vestido entero de negro. La camiseta se le ceñía bastante al cuerpo y dejaba a la vista sus bíceps bien trabajados. No había duda de que se trataba del portero de la discoteca.

- ¿Cuántos años tienes? – Preguntó Pablo dirigiéndose a mí.

- Trece. – Respondí seria, sin saber muy bien por qué me había hecho esa pregunta.

A continuación, se acercó a Hugo y le dijo algo. Éste asintió e hizo un gesto para que fueran pasando ellos.

- ¿Qué pasa?

- Que me parece que vas a tener que tomar más petisúes, enana.

- ¿Por qué?

- Porque no creo que el amigo del gimnasio esté muy por la labor de dejarte pasar. – Dijo refiriéndose al tipo que vigilaba la entrada.

Tampoco era tan baja, medía 1’70 centímetros, pero Hugo era un poco más alto que yo, y su aspecto no era el de un chico de catorce años, aparentaba unos cuantos más.

- ¿Entonces? – Pregunté preocupada porque no pudiésemos entrar.

- No te preocupes, tengo un plan B.

Me cogió de la mano y me guió hasta el lateral de la discoteca. Nos colaríamos por allí.

No te olvido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora