Eran las siete y media y Hugo seguía todavía allí, descansando. Suspiré al mismo tiempo en que lo observaba, sabiendo que el recuerdo que acababa de cruzarse por mi mente quedó solamente en un susto y no le llegó a pasar nada peor.
Los médicos concluyeron que ese tipo de mareos eran debidos al exceso de esfuerzo físico que realizaba en relación con su edad, y apuntaron también que si seguía dándolo todo y no se controlaba un poco, le iban a seguir pasando, y ahí, delante de mis ojos, pude comprobar una vez más que, efectivamente, no se equivocaron.
- ¿Te encuentras mejor? – Dije al verle abrir los ojos.
Se frotó éstos con las manos y se desperezó al tiempo en que saltaba de la cama y se ponía de pie.
- Teniendo presente a la niña que más se preocupa por mí de todo el planeta Tierra, yo creo que sí, que me encuentro bastante bien.
Nada más decir esto, se acercó a mí y me plantó un beso en la mejilla. Luego, se dispuso a cambiarse las botas que todavía llevaba puestas después de jugar al fútbol y a meter sus cosas en la bolsa de deporte.
El beso que me había dado hizo que mi cara pasase a estar del color de un tomate, pero no de uno verde que no se puede ni comer, sino al de uno bien madurito.
Hugo no solía mostrar cariño hacia las personas, y no porque no se lo tuviese, sino porque era demasiado orgulloso y por nada del mundo dejaría que la gente viese que detrás de esa fachada de chico chulo y prepotente, se escondía también un lado sensible, e incluso romántico.
Cuando terminó de recoger todo, salimos cerrando la puerta a nuestras espaldas y se metió la llave en el bolsillo del pantalón.
- Espera enana, que voy a apagar las luces del polideportivo.
- Vale, pero no lo hagas hasta que esté fuera que si no, no se ve nada. – Dije mientras me dirigía a la salida.
Estaba cruzando la línea de penalti, cuando un grito ensordecedor salió de mi boca. El sonido de un interruptor y la oscuridad hicieron que me parase en seco.
- Joder, disminuye los decibelios que a este paso voy a tener que contactar con GAES. – Le escuché reírse en algún punto de aquel espacio.
- Capullo. ¿Dónde estás?
No podía ver nada, y tampoco me atrevía a dar un paso, ya que si lo hacía podía acabar comiéndome la portería o pegándome la hostia del siglo.
- ¿Me buscabas? - Me estremecí en cuanto sentí sus palabras detrás de mi nuca, cerca de mi oído.
- Imbécil.
Me di la vuelta y empecé a pegarle, pero él fue más rápido que yo y me cogió por las piernas haciendo que me subiera en su espalda.
- Venga va, que ya te llevo a caballito hasta la salida, no vaya a ser que te pierdas. – Volvió a reír.
Le di una colleja antes de rodear su cuello con mis brazos para agarrarme fuertemente a él. Me gustaba sentir su cuerpo cerca del mío, mi respiración a centímetros de la suya, por lo que continué subida encima de él todo el trayecto hasta que llegamos a mi casa.
- Ya hemos llegado, princesa. – Anunció agachándose para dejarme en el suelo. – Esta noche nos vemos, ¿no?
- ¡Claro, futbolista! Te mando un mensaje, como siempre.
- Vale, entonces luego nos vemos, preocupadora. - Le vi marcharse calle abajo.
"Joder, es que está igual de bueno por delante que por detrás" - Pensé posando mi mirada en la parte trasera de su pantalón, más concretamente, en su culo.
Reí por dentro ante ese pensamiento a la vez que negaba con la cabeza. No tenía remedio.
Hugo era partidario de correr riesgos, de jugarse la vida por personas que verdaderamente le importaban y de desafiar al destino, de ahí que a pesar de la advertencia de los médicos siguiera haciendo lo que le diera la gana cada vez que salía al campo.
Pero lo que ni él, ni yo, ni nadie sabíamos, es que algunas veces es el destino el que te juega una mala pasada.
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No te olvido.
Teen FictionÉl, el chico más vacilón, egocéntrico, orgulloso y pijo de todo el instituto. Una sonrisa bonita, un guiño inocente, un susurro al oído, un chiste malo, y ya tiene a cualquier chica rendida a sus pies. Cualquier persona en su sano juicio se hubiera...