XII

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Valancy se apresuró hacia su casa a través del suave azul del crepúsculo… Se apresuró demasiado, tal vez.
La crisis que le sobrevino —cuando por suerte alcanzó el refugio de su habitación— fue muy grave. Realmente
grave. Podía morir durante alguna de aquellas crisis. Sería terrible morir con semejante dolor. Tal vez… tal vez moriría en esta ocasión. Valancy se sintió lastimosamente sola; y cuando por fin fue capaz de pensar de nuevo, se preguntó cómo sería tener a su lado a alguien que la comprendiera… alguien a quien realmente le importara; que le tomara la mano con fuerza, y también… alguien que pudiera decirle:
«Sí, sé que es terrible; pero sé valiente, pronto te encontrarás mejor». No alguien quisquilloso y asustado. No su madre o la prima Stickles. ¿Por qué pensaba en Barney Snaith? ¿Por qué sentía de pronto —en medio de aquella soledad tan terriblemente dolorosa— que él sería compasivo… que sentiría lástima por todo aquel que sufriera? ¿Por qué le pareció que era un viejo amigo al que conocía bien? ¿Era quizá porque le había defendido… porque se había enfrentado a su familia por él?
Se encontraba tan mal al comienzo de la crisis que ni siquiera había podido
tomarse una dosis de la medicina que le había prescrito el doctor Trent. Pero finalmente lo consiguió y, poco después, se sintió aliviada. El dolor disminuyó poco a poco y se acostó en la cama, agotada, exhausta y bañada en un sudor frío. ¡Oh, la crisis había sido terrible! No podría soportar muchos ataques como ese. A uno no le importaba morir si la muerte pudiera ser instantánea e indolora. ¡Pero sufrir tanto para morir!
Repentinamente se encontró riéndose. La cena había resultado ciertamente divertida. Y todo había sido tan sencillo… Simplemente había dicho lo que siempre había pensado. ¡Ah, sus caras! El tío Benjamín, ¡el pobre y estupefacto tío Benjamín! Valancy estaba segura de que redactaría un nuevo testamento esa misma noche, y que, de su enorme patrimonio, Olive recibiría toda la parte de Valancy. De todos modos, Olive siempre había conseguido la parte correspondiente a Valancy en todo. Recordemos la pila de polvo. Poder reírse de su clan tal como siempre había querido hacerlo era toda la satisfacción que le podía dar la vida ahora. No obstante, pensó que era bastante triste que así fuera. ¿No podía ella sentir cierta lástima de sí misma, cuando nadie más lo hacía? Valancy se levantó y se dirigió hacia la ventana. Un dulce y húmedo viento —que
soplaba a través del joven follaje de las arboledas silvestres— le acarició el rostro como un viejo amigo, tierno y sabio. A la izquierda los álamos de Lombardía en el jardín de la señora Tredgold —Valancy solo podía verlos entre los establos y la antigua tienda de carruajes— elevaban sus siluetas de un púrpura oscuro en contraste con un cielo despejado, y una estrella de blancura lechosa brillaba sobre uno de ellos, como una perla que habitara en un largo verde plateado. Más lejos aún, se destacaba el sombrío bosque de capucha púrpura que rodeaba el lago Mistawis. Una niebla blanca y vaporosa se cernía sobre los árboles y, justo por encima de ellos, una pálida y joven medialuna creciente. Valancy la observó por encima de su escuálido hombro izquierdo.
—Ojalá —dijo enigmáticamente— pueda tener mi pequeña pila de polvo antes de
morir.

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