XLIV

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Extracto de una carta de la srta. Olive Stirling al sr. Cecil Price.
Me resulta ciertamente repulsivo el modo en que han terminado las locas aventuras de Doss. Se queda una con la sensación de que comportarse adecuadamente carece de todo sentido.
Estoy segura de que su mente estaba trastornada cuando se marchó de
casa. Lo que dijo sobre una pila de polvo es buena prueba de ello. Naturalmente, no creo que existiese jamás problema alguno en su corazón. O quizás Snaith, o Redfern, o como quiera que se llame en realidad, le ha facilitado las Pastillas Púrpuras, allá en aquella choza de Mistawis, y la ha curado. Sería todo un homenaje a los anuncios de la familia, ¿verdad? Es una criatura con un aspecto de lo más insignificante. Así se lo dije a Doss, pero lo único que me contestó fue:
«No me gustan los hombres estirados». Bueno, de que no es un hombre estirado no cabe duda. Aunque debo decir
que posee cierto aire distinguido, ahora que se ha cortado el cabello y se viste con ropa decente. Realmente creo, Cecil, que deberías hacer más ejercicio. Ponerse demasiado rollizo no es elegante. También afirma ser John Foster, según creo. Podemos creernos eso o no; supongo que es decisión nuestra. El viejo doctor Redfern les ha dado dos millones de dólares como regalo
de bodas. Indudablemente se gana bien la vida con las Pastillas Púrpuras. Van a pasar el otoño en Italia, el invierno en Egipto, y recorrerán Normandía en coche cuando florezcan los manzanos. Aunque no en ese espantoso Lizzie viejo. Redfern tiene un maravilloso coche nuevo. Creo que yo también voy a huir y caer en desgracia. Parece que
compensa. El tío Ben es tronchante. Al igual que el tío James. Todo el alboroto que están organizando con respecto a Doss me parece completamente fuera de lugar. O escuchar a la tía Amelia hablar de «mi yerno, Bernard Redfern», y «mi hija, la señora de Bernard Redfern». Madre y padre están igual de mal que el resto. Y no se dan cuenta de que, interiormente, Valancy se está riendo de todos ellos.

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