XXXVII

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El doctor Trent la miró sin comprender y rebuscó entre sus recuerdos.
-Er... señorita... señorita...
-Señora Snaith -dijo Valancy con voz serena-. Era la señorita Stirling
cuando vine a verle el pasado mes de mayo... hace casi un año. Quería realizarle una consulta sobre mi corazón. El rostro del doctor Trent se relajó.
-Oh, por supuesto. Ahora me acuerdo. En realidad no debe culparme por no recordarla. Ha cambiado... de un modo espléndido. Y se ha casado. Bueno, bueno, le ha sentado muy bien. Ahora ya no luce ese aspecto enfermizo, ¿no es cierto? Me viene a la memoria aquel día. Yo me encontraba realmente alterado. Enterarme de lo que le había ocurrido al pobre Ned me causó una honda impresión. Pero Ned se encuentra perfectamente, al igual que usted; a la vista está. Así se lo dije, ya lo sabe... le dije que no había nada de lo que preocuparse. Valancy le miró.
-Usted me dijo en su carta -comenzó lentamente, con la extraña sensación de
que otra persona hablaba a través de sus labios- que yo padecía una angina de pecho en su última fase, complicada con un aneurisma. Que podría morir en cualquier momento... que no me quedaba más de un año de vida. El doctor Trent la contempló fijamente.
-¡Imposible! -exclamó perplejo-. ¡No pude haberle dicho eso! Valancy sacó la carta de su bolso y se la entregó. -Señorita Valancy Stirling... -leyó-. Sí... sí. Por supuesto, le escribí cuando iba en el tren aquella noche. Pero le decía que no sufría nada grave...
-Lea su carta -insistió Valancy. El doctor Trent extrajo la carta del sobre, la desdobló y le echó un vistazo. La conmoción se adueñó de su rostro. Se puso en pie de un salto y, alterado, comenzó a caminar dando largos pasos por toda la estancia.
-¡Cielo santo! Esta carta iba dirigida a la anciana señorita Jane Sterling. De Port Lawrence. También vino aquel día. Le envié la misiva equivocada. ¡Qué descuido tan imperdonable! Pero no era yo mismo aquella noche. Dios mío, y usted creyó que... creyó que... pero no... seguro que acudió a otro médico... Valancy se puso en pie, se dio la vuelta, miró a su alrededor aturdida y volvió a tomar asiento.
-Lo creí -dijo débilmente-. No visité a ningún otro doctor. Me... me llevaría demasiado tiempo tratar de explicárselo. Pero creí que moriría pronto. El doctor Trent se detuvo ante ella.
-Jamás podré perdonarme. ¡Cuánto debe haber sufrido durante este año! Pero su
aspecto no es... ¡no lo entiendo!
-No se preocupe -repuso Valancy con tono sombrío-. ¿Entonces a mi corazón no le ocurre nada malo?
-Bueno, nada grave. Padece lo que se conoce como una pseudoangina. Jamás resulta mortal... desaparece por completo con el tratamiento adecuado. O en ocasiones con un sobresalto de alegría. ¿Le ha causado muchas molestias?
-Ninguna en absoluto desde marzo -respondió Valancy. Recordó la
maravillosa sensación de regeneración que le había embargado cuando Barney regresó a casa a salvo tras la tormenta. ¿Acaso la había curado ese estremecimiento
de júbilo?
-Entonces es probable que esté curada. Le decía lo que tenía que hacer en la carta que tendría que haber recibido. Y, naturalmente, supuse que consultaría con otro
médico. Pequeña, ¿por qué no lo hizo?
-No quería que nadie lo supiese.
-Tonterías -exclamó el doctor Trent bruscamente-. Me resulta imposible
comprender tal disparate. Y pobre anciana señorita Sterling. Debió recibir su carta
diciéndole que no había nada grave de lo que preocuparse. Bueno, bueno, no hubiese supuesto ninguna diferencia. Era un caso perdido. Nada que hubiese hecho o dejado
de hacer podría haber cambiado nada. Me sorprendió que viviese tanto tiempo... dos
meses. Estuvo aquí aquel día, poco antes que usted. No quise contarle la verdad en aquel momento. Usted creerá que soy un viejo gruñón descortés, pues mis cartas son bastante francas. No puedo suavizar las cosas. Pero soy un cobarde llorón cuando la situación requiere decirle a una mujer, cara a cara, que pronto va a morir. Le dije que investigaría algunas particularidades del caso sobre las cuales no estaba demasiado seguro, y que le informaría al día siguiente. Pero fue usted quien recibió esa carta...
mire aquí: Querida señorita S-t-e-r-l-i-n-g.
-Sí, me di cuenta. Pero pensé que era un error. No sabía que viviese nadie llamado Sterling en Port Lawrence.
-Solo ella. Una vieja alma solitaria. Vivía sola con la única ayuda de una joven criada. Murió dos meses después de visitarme, mientras dormía. Mi error no hubiese cambiado su situación. ¡Pero usted! Jamás podré perdonarme por haberle ocasionado
un año de desdicha. Sin duda ya va siendo hora de que me retire si cometo errores como este, aunque mi hijo estuviese supuestamente herido de muerte. ¿Podrá
perdonarme algún día?
¡Un año de desdicha! Valancy sonrió con una mueca mientras pensaba en toda la felicidad que le había supuesto la equivocación del doctor Trent. Pero ahora estaba
pagando por ello... oh, lo estaba pagando. Si vivir era sentir, ella vivía con gran intensidad en ese momento.
Permitió que el doctor Trent la examinase y contestó a todas sus preguntas.
Cuando le dijo que estaba fuerte como un roble y que viviría probablemente hasta
cumplir los cien años, se levantó y se marchó en silencio.
Sabía que debía reflexionar sobre todas las cosas terribles que estaban esperándola ahí fuera. El doctor Trent pensó que se comportaba de un modo extraño. Cualquiera que hubiese observado sus ojos carente de esperanza y su rostro apesadumbrado, creería que la había informado de su sentencia de muerte, en lugar de una de vida. ¿Snaith? ¿Snaith? ¿Con quién demonios se había casado? Jamás había escuchado hablar de ningún Snaith en Deerwood. Y ella había sido una insignificante solterona melancólica y marchita. ¡Vaya! Pero el matrimonio había obrado en ella un milagro, de algún modo, fuese quien fuese ese Snaith. ¿Snaith? El doctor Trent al fin recordó. ¡Ese granuja de los arrabales! ¿Valancy Stirling se había casado con él? ¡Y su familia se lo había permitido! Bueno, eso probablemente resolvía el misterio. Había contraído matrimonio precipitadamente y ahora se arrepentía, y esa era la razón por la cual no se había alegrado demasiado al enterarse de que tenía un largo proyecto de vida, después de todo. ¡Casada! ¡Con Dios sabe quién! ¡O qué! ¿Presidiario? ¿Estafador? ¿Fugitivo de la justicia? La situación debía ser realmente mala si ella ansiaba la muerte como forma de liberación... pobre muchacha. ¿Por qué eran las mujeres tan estúpidas?
El doctor Trent desechó a Valancy de su mente, aunque hasta el día de su muerte se avergonzó de haber guardado aquellas cartas en los sobres equivocados.

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