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Me dejo caer en el sillón tras el escritorio de mi despacho con un vaso de Jack Daniels en la mano. Estoy cansado y la falta de sueño no ayuda en nada, así que este es mi momento de relajación antes de que me avisen de algún problema, porque siempre hay problemas. Estoy rodeado de inútiles incompetentes.

Doy un trago y suelto el aire por la boca con gusto mirando a mi alrededor. Me enorgullezco de tener unas estanterías tan completas llenas de libros de diferentes géneros y utilidades. La mayoría son de derechos penales o contienen la suficiente información como para no salir perjudicado en ninguno de mis actos. Muchos de ellos tienen espacios legales que me permiten salir impune de cualquiera de mis movimientos y diariamente reviso ciertos libros para mantenerme informado y saciado de conocimiento porque hay muchas cosas que todavía no sé.

Doy el último trago, dejo el vaso sobre el escritorio y recuesto la espalda en el sillón cerrando los ojos. La luz amarillenta del techo me relaja y me induce a un estado de calma al que con nada puedo comparar. Me siento más calmado aquí que en mi propia cama, aquí puedo descansar aunque no me quede durmiendo. En mi alcoba lo único que consigo es alterarme por los recientes recuerdos y volverme un sonámbulo de mierda al que ni con somníferos logro ganar. Estoy hasta los cojones de estar tan cansado que no se me ocurren ideas buenas. Cansado de que me miren como si hubiera perdido mi potencial. Cansado de que crean que el puesto me queda grande porque no es así. No descanso lo suficiente y eso no me permite concentrarme, pero no quiere decir que no sea un buen líder. Soy el mejor. Nací para esto. Soy el claro ejemplo de que la línea de sucesión que me viene de familia está hecha para mí. Antes de nacer yo ya quería este puesto y ni el sueño ni la fatiga lograrán que deje de ser el líder.

Mi móvil suena sobre el escritorio y me obligo a abrir los ojos para atender la llamada. En cuanto veo el nombre que aparece ya sé que son malas noticias. Odio las malas noticias...

—¡¿Qué?! —bramo molesto, pues para un minuto que tengo para relajarme me lo han jodido con noticias que sé que no serán de mi agrado.

—Señor, hay una niña.

—¡¿Y qué coño me importa?! ¡Haced lo que se os ordenó!

—Lo intentamos, señor, pero la niña se niega a apartarse. Está delante de Rojas para evitar que le matemos.

Mi paciencia se colma.

—¡¿Y no podéis echar a la niña a un lado y acabar con él?!

—Ella tiene un cuchillo, cada vez que nos acercamos nos corta.

—Estoy empezando a pensar que —finjo calma, pero cambio el tono de voz en un segundo— ¡sois una panda de inútiles que ni para matar valéis!

—Se-Señor...

—¡Ni señor ni hostias! ¡Yo me encargaré de Rojas! ¡No os mováis hasta que llegue!

Lanzo el móvil contra la pared soltando un rugido iracundo. Salgo de mi despacho con la furia recorriendo mis venas y azoto la puerta al cerrarla. Los empleados que deambulan por mi entorno se quedan rígidos al verme pasar, pero los ignoro porque no tengo tiempo para perder en regañarles. Salgo de la casa, me subo al Lamborghini, enciendo el navegador y vuelo por la carretera hasta llegar a la verja metálica donde empieza mi propiedad. El personal de seguridad va abriendo la verja conforme me ve acercándome y piso el acelerador al cruzarla.

La noche se vuelve mi cómplice al darme la oportunidad de no ser visto por nadie. Mi cabeza maquina una y otra vez cómo haré para deshacerme de la niña, pues en mi política no está el asesinato de niños, no podría cargar eso en mi conciencia. El GPS me dirige por el camino más rápido y para cuando me doy cuenta me quedan seis minutos para llegar. Doy gracias a tener un coche tan rápido, o mejor dicho, a tener el dinero suficiente como para comprarme uno.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora