El olor a té y tostadas en la mañana era algo que Carlos siempre había disfrutado.
El silencio en la enorme casa le agradaba; la soledad había dejado de ser una molestia. La dependencia había dado paso a una seguridad que, si bien era incipiente, poco a poco se conformaba en su interior.
Carlos se recuperaba de su pérdida, del dolor de dejar atrás su infancia, su adolescencia y adultez en esa ciudad a la ladera del río de la cual emanaba el olor a selva y flores. No tenía ceibos que decoraran su casa, pero tenía otras flores de belleza inigualable que aprendería a cuidar amorosamente.
Sabía lo que era desaparecer, convertirse en una sombra triste. Ahora el destino parecía sonreírle. Era una mueca tímida, pero Carlos se negaba a ignorarla.
Él quería ser feliz, lo necesitaba después de años de dolores, resentimiento y autocompasión. Había demostrado su valentía. Se había equivocado, agachado la cabeza y pedido perdón, y ahora tomaba un camino que tenía demasiadas bifurcaciones, las cuales llamaban su curiosidad.
La noche anterior había sido interesante a varios niveles.
Una risilla maliciosa se escapó de sus labios mientras llevaba la taza de té humeante a sus labios y daba un sorbo.
Sus ojos, cada gesto de ese hombre rogando sus atenciones, implorando una caricia solo con una respiración... Cada vello se había erizado al sentirlo tan cerca. Sin embargo, no había cedido. Y ahora tenía cierta inseguridad. Había comenzado un juego con Gabriel, ¿y tenía las armas para jugarlo?
Deseo, ¿qué era aquello que lo invitaba a refugiarse en esos brazos toscos? ¿De dónde provenían las ganas incontenibles de volver a verlo?
Charly no era homosexual. No se sentía como tal. Jamás se había fijado en un hombre. Y fue extraño escuchar las anécdotas que Vanya le contó acerca de ese gigante de ojos color de agua tropical besada por el sol. Un verde pasional y sanador que le trasmitía calma y una promesa de tempestad que rugía en su pecho, en los latidos de su corazón, cuando Carlos se acercaba. Era más que belleza. Era un destello de luz que, si no apartabas la mirada, te encandilaba hasta enceguecerte.
Charly quería entrar en esa luz, bañarse de ella, llenarse de su color y morir allí si era eso posible.
Esa casa, pese a estar vacía, tenía aroma de hogar, un olor particular que lo extasiaba y lo hacía amar quedarse allí, en esa enorme sala, envuelto en la manta, mientras bebía té y escuchaba música suave.
Caminábamos. Las calles se poblaban de pequeños copos de nieve. Mi abrigo era inadecuado para el frío de Rusia. Era liviano, casi inútil, lo que me obligó a cruzar mis brazos y continuar al lado de Oleg y Vanya, quienes iban abrazados. Eran una pareja maravillosa. Las chispas que volaban entre ellos dejaban a la vista que lo frío solo tenía que ver con el clima. Ellos irradiaban calor. La forma en que se tocaban despejaba cualquier duda, pero lo más extraordinario era esa combinación precisa y encantadora, esa mezcla de lo prohibido e inocente en su justa medida, ternura y destellos de lujuria en ciertos roces pícaros.
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Mi secreto T.O Libro 2 (Gay +18)
RomanceTe odio... Charlie lo dijo mientras el aliento de ese hombre estaba sobre su cuello Te odio... Se lo repitió mientras embestía una y otra vez dentro de su ser y lo llenaba de sensaciones desconocidas y excitantes Todo en Gabriel Petrov era equivoca...