Gabriel caminó por los pasillos helados de ese lugar lúgubre que lucía más gris cuando el cielo estaba cubierto de nubes. Sus manos estaban entumecidas, cobijadas en sus bolsillos, los cuales no le brindaban ningún tipo de calor. El vapor salía de su boca cada vez que exhalaba. La escarcha hacía que, de no tener cuidado, terminaras en el piso.
Todavía seguía sin comprender el motivo por el cual después de tanto tiempo la esposa de Lukyan deseaba verlo. No era que su relación hubiera terminado en malos términos. Una vez que el hombre le dejó a Gabriel su fortuna, este de inmediato hizo todas las gestiones para que ella y su hijo quedaran como únicos propietarios de ese dinero y las cuantiosas propiedades que había acumulado a lo largo de su vida.
Entonces, siguiendo esto, se volvía a la pregunta crucial: ¿qué esperaba ella que Gabriel le diera? ¿Cuál era el motivo de la visita al cementerio después de tantos años?
Gaby visualizó a la mujer a unos cien metros, parada en el pasillo estrecho. Tenía flores azules en sus manos.
«Flores de aciano».
El estómago se le apretó y la imagen de Carlos arreglándolas fue todo lo que cubrió cada espacio de su mente. Todo lo que vino después de eso, las respiraciones entrecortadas, los ojos miel sobre su rostro cuando se encontraba de rodillas y abría su boca con placer para él... La corriente eléctrica le impedía dar un simple paso. Le llevó toda su fuerza de voluntad no dejar a la mujer esperando y correr hacia la casa de Iván y conocer el maldito motivo por el que su amante no le respondía sus llamados y mensajes.
Había quedado en reunirse con ella. Pese a que el pensamiento de quedarse en su hogar había sido redundante, la curiosidad pudo más. Por años Gabriel había querido cortar el hilo invisible que lo ataba a Lukyan, a su recuerdo, su risa, su cuerpo, y ahora quizá tenía esa oportunidad al alcance de la mano. Tenía la obligación de romper el hechizo que le impedía ser feliz, que hacía que todos fueran insuficientes.
Su mente era un maremoto de ideas, recuerdos y oscuridad. Gabriel sabía que en la lucha del bien y el mal este último había cubierto casi la totalidad de su cuerpo. Solo tenía una pequeña mancha blanca que palpitaba, la única muestra de que estaba vivo, y era más que un ente que se movía sin esperanzas.
«Entrégate a mí, Gaby. Di que me amas».
Le había rogado por su amor, por algo más que las migajas de lascivia que producían endorfinas y engañaban un instante a su sistema nervioso, recubriéndolo con una felicidad efímera.
Carlos se merecía más de lo que le había dado y ahora que se sentía preparado para dar el paso este se negaba a verlo. Eso lo irritaba y le preocupaba al mismo tiempo, y no estaba seguro de cuánto iba a resistir la negativa.
Entonces el llamado de la mujer había llegado para crear más dudas, trayendo de nuevo el fantasma a su vida, recuerdos de tiempos pasados, memorias que eran más de la imaginación que otra cosa.
—Calixta. —Gabriel estrechó su mano.
La mujer le dio una sonrisa tímida y respondió al instante.
—Gracias por estar aquí...
—No estaba seguro de venir.
—Lo sé... Yo... Ha pasado mucho tiempo.
El tono tembloroso y lleno de algo que Gabriel identificaba como vergüenza.
—¿De qué quieres hablar?
La mujer señaló hacia un costado y el deportista volteó hacia una de las tumbas.
—No creí que regresaría aquí tampoco.
Gabriel era honesto en sus sentimientos. El resentimiento y el dolor de la pérdida de Lukyan lo habían tornado un ser gélido.
—Yo retorné a nuestra antigua casa.
—¿En serio?
—Sí, había estado cerrada desde que mi esposo falleció. Mi hijo quería que regresáramos. Ya tiene 18 años. Estaba harto de la vida en Kazán, así que nos dimos la oportunidad de regresar a Moscú.
—Bueno, me alegro de que hayan podido seguir adelante.
—Tú también lo hiciste. Eres muy famoso ahora. ¿Quién imaginaría que el muchacho que nos visitaba llegaría a convertirse en el poderoso hombre que eres ahora?
—Nunca seguí adelante, todo este tiempo he estado anclado al vínculo con Lukyan. Ahora tenía la posibilidad de empezar de nuevo, y creo que no será después de todo.
La mujer lo observó por un segundo y caminaron unos pasos hacia la tumba.
—Yo nunca me casé de nuevo. Es difícil entender cómo el bastardo nos marcó a ambos.
Calixta sacó de su bolsillo una carta y la estrechó hacia Gabriel, quien, sacando la mano de su bolsillo, la recibió.
—Esto es tuyo.
—¿Qué es?
—Una carta que mi marido escribió antes de morir.
—¿Y la has tenido tanto tiempo?
La mujer negó y se acomodó la bufanda de lana gris, cubriéndose del frío.
—Mi hijo la encontró. Yo... le hablé de ti.
—¿Por qué hiciste eso?
—Él la leyó. Sé que no debió, pero sabes cómo son cuando están en medio de la adolescencia y la adultez.
Gabriel se la devolvió y negó. Sus ojos verdes iban hacia la tumba totalmente cubierta por la nieve.
—No me interesa, en serio.
—Por favor. Él nos rogó que te la diéramos, o al menos eso es lo que mi hijo me ha dicho. Lukyan está muerto, Gabriel. Dale esta paz.
—¿Por qué debería hacerlo?
Calixta se acercó y puso de nuevo el pedazo de papel en sus manos y presionó sobre ellas en una mezcla de dolor y felicidad.
—Es hora de que todos logremos la paz que se nos ha estado escapando por tantos años.
—Eras la esposa de Lukyan, no tengo derecho a lastimarte más.
—No lo haces. Te perdoné hace mucho tiempo. Es bastante gracioso, porque no había nada que perdonar. No es tu culpa que mi marido se haya enamorado de ti.
—Nunca fuimos amantes.
—Lo sé. Aun así, hubo un tiempo en el que te aborrecí como si hubieras ocupado su cama. Me habías quitado parte de sus emociones, a mí y a mi hijo. Dios, me comporté como una idiota. Entonces ese día del testamento, cuando dijiste que no querías nada, me di cuenta del motivo por el que Lukyan te amaba.
—Hice lo correcto.
—¿Y cuántos teniendo semejante oportunidad lo harían? No eres como los demás, Gabriel Petrov.
—No sé si eso es bueno o malo.
—Es bueno, de lo contrario no estaría aquí, ni siquiera me habría molestado en buscarte, porque, te guste o no, necesitas dar un cierre a una historia de amor trágica e inconclusa que lleva años eclipsando nuestra vida.
Gabriel tensó la mandíbula y negó por un instante. Las lágrimas amenazaron con caer.
—Estoy enamorado de nuevo...
—Lo imaginé. Si no, no estarías aquí tampoco.
—¿Cómo lo sabes?
—Ya te lo dije. Quieres reconstruir tu vida, y esto te dará esa oportunidad.
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Mi secreto T.O Libro 2 (Gay +18)
RomanceTe odio... Charlie lo dijo mientras el aliento de ese hombre estaba sobre su cuello Te odio... Se lo repitió mientras embestía una y otra vez dentro de su ser y lo llenaba de sensaciones desconocidas y excitantes Todo en Gabriel Petrov era equivoca...