39 ¿Debo renunciar a él?💖🔥

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Nadie podía detener el tiempo

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Nadie podía detener el tiempo. Ese era el bien más preciado que tenían los seres humanos. Podías tener el mundo a tus pies, dinero, autos, mujeres hermosas, pero nadie podía comprar el tiempo. Me di cuenta de que el éxito no era nada cuando estuve a punto de quedar inválido. Me di cuenta de que el dinero no era nada cuando había sido testigo de lo que sufrían Iván y mi hermano por amar libremente.

Entonces solo nos quedaba el tiempo, el que perdíamos, el que teníamos.

Daría mi alma por recuperar momentos con mi hermano. Sería la persona más feliz del mundo si los ojos de mi madre me iluminaran como lo hacían cuando era un niño.

Nadie recuperaba el pasado. Nadie era dueño de la vida. Nadie manejaba tu destino, excepto tú mismo, y esa fue quizá la lección que más me costó entender hasta que me crucé con Gabriel.

Hacía un mes que no lo veía. Me había negado a responder sus llamados y sus mensajes, y en gran parte se debía a mi propia inseguridad. Lo deseaba tanto que me dolía. Sin embargo, era capaz de ir a su puerta y abrazarlo con todas mis fuerzas. Luego pensaba, ¿eso era lo que él necesitaba o era mi propio egoísmo movilizándome, queriendo buscar la luz entre las penumbras, esa oportunidad que se desvanecía de solo recordar que jamás sería suficiente para él? Y entonces volvía a la pregunta madre, la que atesoraba todo. ¿Valía el éxito y la riqueza una vida llena de tristeza? ¿Valía la pena desperdiciar el tiempo?

—¿Por qué no le contestas?

Carlos parpadeó cuando la voz profunda vino desde unos metros de donde él estaba en el invernadero.

—Iván, ¿qué haces aquí?

—Viendo cómo pareces un alma en pena. Llevas un mes sin verlo, ¿cuánto más tienes que perder para darte cuenta de que ambos se necesitan?

—Quién iba a pensar que alguna vez tú hablarías a favor de Gabriel.

Iván se encogió de hombros.

—Nunca sería su mejor amigo, eso está claro, aunque estoy seguro de que no lo odio. No me malinterpretes, pensé eso mucho tiempo. Ahora con la que mente fría entiendo qué me sacaba de quicio de él.

—¿Qué cosa?

—Es mi mejor competidor. Me enerva que haya veces que me haga dudar de mí mismo en el ring, y sí, debo reconocer que hay técnicas de lucha en las que es bastante bueno.

—¿Bastante bueno? ¿Se supone que eso es un halago?

—No me hagas repetir lo que acabo de decir.

—¿Por qué no? Has dicho que es «bastante bueno». Eso ni siquiera sonó como un elogio.

—No soy un experto en hablar bien de la gente que ha contribuido a arruinarme la vida a veces.

Mi secreto T.O Libro 2 (Gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora