Heridas

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La última quimioterapia de la semana, esa que decían era la más dolorosa, pero más satisfactoria pues estaba cada vez más cerca de obtener un resultado y ese sufrimiento acabaría al menos por un tiempo.

O eso esperaba él.

Estaba ahí ya listo, acostado en la camilla con un cojín en la cabeza, una manta gruesa para mantener el calor pues un frío inmenso le calaba hasta los huesos, unos calcetines mullidos que llegaban hasta la pantorrilla y su gorro de lana, todo a juego, prendas negras y azules.
A su lado como siempre, su fiel acompañante, ese joven enfermero de cabellos burdeos quien ahora consideraba alguien digno de su confianza.

- Tengo... Mucho frío. - Dijo a penas con una voz perceptible, pero lo suficiente para Tanjirou.

Sin decir palabra, se levantó de su sillón de espera, buscó una manta más en la mochila y al encontrarla caminó a paso apresurados y un poco torpes pues necesitaba cubrir a ese muchacho quién tenía la vista clavada en un punto fijo en el techo, una mirada fría y sin chispa, le dolía el alma verlo de esa forma, pero tenía que seguir ahí, a su lado, no dejarlo y darle ánimos aún sabiendo la cruel y despiadada verdad.

- Aquí hay una manta extra. - Dijo mientras extendía la gruesa tela para cubrir al azabache. - Descanse, cualquier cosa que necesite, yo estoy aquí para usted. - Sonrió moviendo un poco la cabeza provocando que sus aretes se agitaran por la acción.

- S-si. - Cerró sus ojos un par de segundos, esos que para él fueron largos y duros pues su cabeza comenzó a dar vueltas en el mismo momento en que lo hizo.

Tanjirou al notar que los volvió a abrir, regresó a su puesto, de pie, al lado de Giyuu quien volvió a clavar la mirada en el punto invisible en el techo.

- ¿P-puedes... Contarme algo? - Pidió con un hilo de voz.

Aquel líquido amarillento bajaba de la bolsa por el tubo de Silicon hasta entrar por la aguja en su vena al torrente sanguíneo provocándole un extraño ardor frío, necesitaba distraerse de ello, cualquier cosa estaría bien, lo que sea, incluso una plática aún si el hecho de escuchar un solo ruido le provocaban una terribles palpitaciones en su cabeza.

- Claro, ¿Que quiere que le cuente, Giyuu-san?

Los labios agrietados y secos del azabache se abrieron más no salió palabra alguna de ellos, su paliduzca boca se quedó callada.

- Bien, le contaré de la vez en que papá se enamoró. - Se sentó a la orilla de la camilla y aún sin recordar que sus alas no estaban visibles, hizo ademán de extenderlas, algo que para ojos humanos parecería un simple movimiento de hombros.

Aunque para ser sincero, aquella historia no tenía un final, le contaría solo la mitad, en otra ocasión y antes de que el hilo llegara a su punto, le contaría la otra mitad.

Aunque para ser sincero, aquella historia no tenía un final, le contaría solo la mitad, en otra ocasión y antes de que el hilo llegara a su punto, le contaría la otra mitad

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Hace mucho tiempo atrás.

Duro, solo así podía describir su día, su maldito día.
Caminaba apoyado en su espada rota con el agarradero astillado de la misma, partes del metal se incrustaban en sus palmas y las hacían sangran incluso más, tenía heridas abiertas a lo largo de todo su fornido cuerpo, la más notable era esa en su cabeza, en su frente específicamente, maldijo internamente al hombre que la provocó, ese imbécil que contraminó su rostro contra una pared rocosa de filosos bordes, maldijo también a aquellos que quemaron su piel con metal al rojo vivo provocando horribles y dolorosas llagas, sabía perfectamente que tenía más de algún hueso roto, no había duda alguna de ello.
Sostenía con firmeza su costado derecho sangrante dejando a cada paso un rastro de sangre y huellas de pies arrastrándose tan pesadamente, si no encontraba pronto un lugar donde refugiarse antes de caer la noche, sería una presa fácil y esta vez sería su final sin lugar a dudas, podría acabar desmayado en medio del campo muriendo con el pasar de los minutos y ser comido por las fieras o ser emboscado por bandidos que podrían acabar muy rápido con él.

D-debo... B-buscar...

A cada paso que daba su vista se nublaba, iba sin rumbo alguno esperando a encontrar alguna choza abandonada, un pueblo, una cueva, incluso un agujero en el suelo, lo que sea, pero no moriría incluso si era el fin del mundo.

El fin del mundo no existe para él.

No sabía si era por la pérdida de sangre, pero frente a él y al subir la colina, logró ver una aldea que a penas estaba encendiendo sus faroles pues la noche ya estaba muy cerca.

Un último esfuerzo, uno más, buscaría a alguien que tuviera misericordia de él, se había rebajado tanto como para llegar a ese punto, como para rogar por ayuda, su lastimado cuerpo no soportaría un día más con tantas heridas.

Llenó sus pulmones de aire, apretó el agarre de su espada y avanzó paso tras paso para bajar la colina.
Muchos dicen que bajarla es más fácil que subirla, pero en este caso, no era así, el dolor era aún más insoportable pues tenía que cuidar ahora de no caerse pues saldría rodando cuesta abajo y sufrir una lesión más.

Vamos... Yoriichi, vamos.

¡Tu puedes!
¡No seas débil!

Clavaba lo que restaba de su espada en el suelo y daba un paso torpe seguido de otro peor que el anterior.

No desmayes, no te rindas, Yoriichi, has pasado cosas peores que estas.

¡VAMOS!

Ni estas palabras eran de ayuda, las fuerzas de su cuerpo estaban abandonándolo, pronto el aire que había tomado hacia un par de minutos, dejaron sus pulmones y cayó al suelo sin poder hacer nada más que dejarse llevar por la gravedad hasta llegar al suelo incluso más golpeado que antes.

Estiró su mano aún sin abrir sus ojos buscando aquello que alguna vez fue una espada para volver a intentar ponerse de pie, pero pronto se dio cuenta que su mano no se estaba moviendo.

- ¡Un hombre! - Escuchó a lo lejos.

Por mucho que intentara abrir sus ojos estos tampoco le obedecían.

¿He muerto?
No...
No puede ser...

- Dios, ¿Que te ha pasado? - Esa persona que había corrido en su rescate, le miraba completamente sorprendido por la cantidad de heridas en su cuerpo.

Las prendas que vestía ese extraño hombre moribundo estaban llenas de sangre, destrozadas y embarradas de lodo y pasto.

- Descuida, estarás bien, lo prometo.

Lo levantó con mucho cuidado para cargarlo sobre su espalda, no tenía miedo ni hacia mala cara a aquella suciedad que presentaba el extraño, estaba primero en salvarle la vida pues al parecer había perdido demasiada sangre, su piel estaba tan pálida como el papel y las heridas abiertas y sangrantes corrían riesgo de infección.

Lo levantó con mucho cuidado para cargarlo sobre su espalda, no tenía miedo ni hacia mala cara a aquella suciedad que presentaba el extraño, estaba primero en salvarle la vida pues al parecer había perdido demasiada sangre, su piel estaba tan páli...

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A qué no se esperaban esto owo❤️

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