La Tregua [Harco]

[40] El comienzo de otra.

Un año después.

Harry, como nuevo jefe del departamento de aurores, estaba más ocupado que nunca esas semanas debido a problemas con sus nuevos aurores reclutas.  Draco pasaba mucho tiempo en la casa solo, ya que no lo necesitaban más de unas horas por día en el trabajo gracias a esos tiempos de relativa paz.

Ocupaba su tiempo leyendo y de vez en cuando ponía empeño en aprender a cocinar controlado de cerca por Kreacher, que se habia mudado con ellos encantado de ser útil para «El amo Black». Harry solía llegar justo a tiempo para cenar con cara de disculpa por haber llegado tarde.

Draco fingía estar enfadado, aunque lo cierto es que le gustaba que se pusiera servicial por sentirse culpable.

*

Una tarde de esas, mientras Draco leía apoltronado en su sillón favorito del living, con vista hacia el pequeño y encantador jardín cubierto de flores, una lechuza entro súbitamente por la ventana, sobresaltándolo ligeramente.

Era un espécimen marrón, grande para ser una lechuza, de las que se usaban para viajes de larga distancia.
Recogió con curiosidad la carta, dejando a la agotada ave en la jaula de la nueva lechuza de Harry, Godric, quien no le agradaba en lo más mínimo. El ave parecía saber el significado de su nombre (Harry lo había llamado asi solo para molestarlo) y se comportaba como un Gryffindor, picándole los dedos cuando estaba malhumorado.

El sobre iba dirigido a él, advirtió al leer el sobre. Pero al darla vuelta, se petrifico mirando el reverso, donde decía de dónde provenía la carta.

«— ¿Nurmengard? —Pensó Draco, sorprendido».

No se le ocurría ninguna razón por la que le enviaran una carta desde ese lugar.

Nurmengard, la prisión para magos más famosa del mundo, creado por Grindelwald para encerrar a los que se le oponían. No tenía idea de cómo una carta de ese lugar había llegado a sus manos, pero iba dirigida a él claramente. Volvió a revisar, asombrado, pero no se había equivocado. Decía claramente «Draco Malfoy»  en el destinatario y no le quedó más remedio que creérselo. 

Abrió el sobre con apuro, rompiéndolo con tan poca prolijidad que su madre se hubiera avergonzado de verlo. Saco una carta escrita con una letra desprolija que le recordaba a la de Harry. Sonrió antes de empezar a leer.

Los ojos de Draco se abrían más y más con cada línea que leía. Definitivamente aquello parecía una broma de bastante mal gusto, pero la firma y el sello del final, como comprobó mediante un simple hechizo, eran totalmente reales.

¿Cómo era posible que un desconocido, muy posiblemente un poderoso mago oscuro, quisiera verlo a él? Tenía la marca tenebrosa en el brazo, sí, pero nunca se había relacionado con las artes oscuras. Después de un rato de caminar dando vueltas en la alfombra, tantas que seguramente la habría desgastado, llego a la conclusión de que probablemente esto tuviera más que ver con el apellido Malfoy. Su padre, además de ser mortifago, tenía predilección por objetos oscuros y, quien sabe, quizá se había metido en líos con la gente equivocada. Eso le parecía lo más coherente, pero no le terminaba de cerrar, ya que había una poderosa persona implicada desde afuera, la que había ordenado que lo dejaran ver al prisionero en cuestión. Durante horas le dio vueltas, hasta que oscureció y escucho llegar a Harry.

Repentinamente tomo lo decisión de no hablarle de eso; por un lado la carta pedía exclusivamente que no hablara con nadie y por otro lado sabía que Harry jamás le permitir a ir a Nurmengard. Si lo cuidaba con celo hasta cuando salía a la calle menos le gustaría que fuera a una peligrosísima prisión.

Lo saludo con naturalidad y actuó con normalidad, aunque la carta le quemaba en el bolsillo. Harry, tan despistado como siempre, ni siquiera vio a la enorme ave durmiendo en la percha.