[12] Oclumancia.

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La vuelta al colegio se aproximaba, para disgusto de Sirius, que tenía lo que la señora Weasley llamaba "ataques de melancolía", en los que se encerraba con Buckbeack en una habitación lejana y solo salía cuando Lupin volvía a la casa.

Harry no quería dejarlo solo; por primera vez no le apetecía regresar a Hogwarts, a seguir soportando a la profesora Umbridge, que en su ausencia seguramente habría echo aprobar otra docena de decretos. Ahora que no podía jugar Quidditch, si no fuera por el ED y por Malfoy le hubiera rogado a Sirius quedarse con él.

Pero antes de volver a Hogwarts, Harry se encontró con una desagradable sorpresa.
Una tarde apacible, el último día de vacaciones, mientras jugaba con Ron al ajedrez, la señora Weasley los interrumpió. Snape había ido y quería verlo.

Harry no se alegró de ver al profesor de grasiento cabello sentado, pero su humor empeoro cuando le dijo la razón de su visita; Dumbledore había ordenado que le enseñara Oclumancia, La defensa mágica de la mente contra penetraciones externas. Snape, tras provocar a Sirius hasta que casi se enzarzan en un duelo, se marchó, ordenándole a Harry que fuera a su despacho el lunes a las seis en punto.

Al día siguiente por fin llegaron a Hogwarts en el autobús noctambulo, después de despedirse de Molly y Sirius, que le entrego un paquete a Harry, pidiéndole que solo lo abriera de ser estrictamente necesario.

El castillo estaba lleno de alumnos emocionados por reencontrarse tras las cortas vacaciones. Malfoy le sonrió cuando lo vio subiendo por el camino de entrada acompañado por los Weasley y Hermione. Le hizo un gesto de saludo antes de seguir hablando con Zabini y Parkinson.

El lunes se pasó todo el día esperando un accidente que lo librara de acudir al despacho de Snape. Para colmo la clase de pociones era doble y Harry noto a Snape más desagradable que de costumbre. Por lo menos no podía ensañarse con él por su poción, impecable gracias al rubio.

-Recuérdame que te de algo-Le dijo Malfoy mientras molía un cuerno de unicornio prolijamente en su mortero. Harry asintió, deprimido-¿Hiciste la tarea para Snape? Hay que entregarla mañana, yo la hare esta tarde en la biblioteca, si quieres te ayudo.

-No puedo-Se excusó el pelinegro- Tengo... umm-Snape le había dicho que si alguien preguntaba, le dijera que tenía clases de repaso en pociones, pero Malfoy no se lo tragaría, ya que el mismo lo ayudaba-Tengo algo importante que hacer, luego te cuento.

-Claro-Dijo el rubio mirándolo con curiosidad. Harry fingió estar concentrado en su poción para no ver a Snape.

Durante su hora libre Harry y Draco salieron a los jardines a estirar las piernas y se sentaron bajo un árbol, al lado del lago. Harry aprovecho para ponerse al día con un libro que les había mandado leer la profesora Umbridge y que era tan aburrido como sus clases.

Harry se desperezo, incomodo después de estar sentado tanto rato contra un árbol y sintió como su espalda se quejaba.

-Oye, Malfoy-El rubio levanto sus ojos grises de su propio libro para mirarlo-¿Puedes sentarte con las piernas dobladas?

-¿Qué?

-Por favor.

Malfoy hizo lo que decía y una vez que había subido sus rodillas a la altura del pecho Harry se recostó sobre ellas. Eso provoco un sonrojo inmediato en el rubio, que por suerte el otro no lo podía ver, ya que le daba la espalda, que apoyaba cómodamente en sus piernas.
La parte de atrás de su cabeza, con el cabello tan desordenado como siempre, quedaba peligrosamente cerca de su cara.

Malfoy, con las mejillas aun arreboladas por el contacto físico, no pudo contenerse y olio el pelo color azabache con disimulo. Su aroma le recordó a una mezcla de menta, chocolate y shampoo, como si fuera una apetitosa golosina.

La Tregua [Harco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora