[34] La torre de astronomía, parte 2.

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Después de que Draco bajara la varita lentamente, algo revoloteo en el pecho de Harry. Por un segundo, se permitió creer en un final feliz. Si no hubiera estado inmovilizado, hubiera acudido a Draco, lo hubiera abrazado y le habría dicho que todo estaría bien.

Pero todo se arruino cuando se oyeron unos pasos que subían atropelladamente la escalera, y un segundo más tarde cuatro personas ataviadas con túnicas negras irrumpieron por la puerta de la azotea y apartaron a Draco de en medio, que tenía el terror impreso en sus hermosos ojos grises.

Todo se derrumbó cuando Snape lanzo la maldición imperdonable contra Dumbledore y Harry lo vio caer de la torre de astronomía. Harry soltó un grito de horror que no se oyó; mudo e inmóvil, se vio obligado a ver cómo Dumbledore saltaba por los aires. El anciano quedó suspendido una milésima de segundo bajo la reluciente Marca Tenebrosa; luego se precipitó lentamente, como un gran muñeco de trapo, cayó al otro lado de las almenas y se perdió de vista.

Inmovilizado, Harry tuvo que presenciar como Snape arrastraba a la fuerza  a Draco, que parecía en shock, con los ojos vidriosos. Se lo llevo de allí mientras el pelinegro gritaba dentro de su cabeza.

Entonces, Harry recupero su movilidad, aunque eso lo dejo inerte en su lugar por unos segundos por el peso de una horrible certeza: si podía moverse, era porque Dumbledore estaba muerto.

Entonces, su mente y su cuerpo se conectaron y hecho a correr con el sabor de la desesperación en la boca. Aunque la información no terminaba de entrar en su cerebro, era consciente de que acababa de perder a Dumbledore. No perdería a Draco ese mismo día.

Bajo como una centella las escaleras, esquivo hechizos, ya que debajo se libraba una batalla y logro ver la cabellera negra y grasienta de Snape.

La rabia consumía su cuerpo, como si fuego recorriera su cuerpo. Harry se metió a todo correr por un atajo, con la esperanza de adelantar a los hermanos Carrow y reducir la distancia que lo separaba de Snape y Draco, que ya debían de haber llegado a los jardines. Sin olvidarse de saltar el peldaño evanescente que había hacia la mitad de la escalera camuflada, se coló por el tapiz que había al pie y fue a parar a otro pasillo. Las puertas de roble de la entrada estaban abiertas y destrozadas y en las losas del suelo había manchas de sangre. Varios alumnos aterrados se apiñaban pegados a las paredes; un par de ellos todavía se tapaba la cara con los brazos. El gigantesco reloj de arena de Gryffindor había recibido una maldición y los rubíes que contenía se derramaban sobre el suelo con un fuerte tamborileo.

Harry cruzó el vestíbulo a toda velocidad, salió a los oscuros jardines y distinguió tres figuras que atravesaban la extensión de césped en dirección a las verjas, detrás de las cuales podrían desaparecerse. Le pareció distinguir al mortífago rubio y corpulento y, un poco más adelante, a Snape y… Draco.

El frío aire nocturno le asaeteó los pulmones, pero siguió tras ellos todo lo deprisa que pudo. A lo lejos vio un destello de luz que dibujó brevemente la silueta de Snape; no supo de dónde provenía aquella luz pero continuó corriendo, pues todavía no estaba lo bastante cerca para lanzar una maldición.

Otro destello, gritos, rayos luminosos que contraatacaban, y entonces lo comprendió: Hagrid había salido de su cabaña e intentaba detener a los mortífagos que huían. Pese a que cada vez que respiraba los pulmones parecían a punto de estallarle y a que notaba una fuerte punzada en el pecho, Harry aceleró mientras una vocecilla interna le repetía: «A Draco no… A Draco no…». Temió profundamente que un hechizo de Hagrid lo golpeara por error.

Recibió un impacto en la parte baja de la espalda y cayó de bruces contra el suelo, sangrando profusamente por la nariz. Se dio la vuelta, preparó la varita y se dio cuenta, aun antes de verlos, de que los dos hermanos a los que había adelantado por el atajo estaban alcanzándolo.

La Tregua [Harco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora