6. Mi libro favorito y mi persona favorita

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Semanas pasaron desde que comenzamos todo el papeleo para obtener la custodia de Francis. Fue un proceso difícil aunque rápido, ya que usualmente toma más tiempo. Me habían hecho muchas entrevistas de todo tipo para saber si estaba apta para cuidar a un menor. Por suerte, las cumplí todas y la evaluación que me dio el sheriff ayudó mucho también.

Las buenas noticias eran que, después de tanta espera, hoy llegaba Francis a casa y debía ir a buscarlo al orfanato de Atalana. Estaba realmente nerviosa, pero también emocionada por ver a ese pequeño niño con quien había tenido una estrecha relación en el último tiempo.

—¿Lista? —preguntó Daniel subiéndose al auto.

—¿Para que mi vida cambie para siempre? Creo que sí.

—Entonces nos vamos.

Puso en marcha el auto y emprendimos camino a la ciudad vecina. Me gustaba Atalana porque, a diferencia de Alana, aún tenía ese toque pintoresco de alguna época antigua. Por suerte, aún no era un bosque de concreto con altos edificios, sino todo lo contrario. Por supuesto que la ciudad estaba adaptada a la modernidad de hoy en día, pero sin perder su toque.

Durante el viaje, miré de reojo a Daniel de vez en cuando para asegurarme de que iba concentrado mirando la calle frente a él. Desde aquel día del incidente, llamémosle así porque me avergüenza, no habíamos hablado al respecto; de hecho, todo siguió normal como siempre: dos amigos que comparten apartamento.

De algún modo, lo agradecí porque me incomodaba tan solo pensar en eso, pero algo dentro de mí mantuvo la ilusión de que tal vez él quisiera resolver el problema. Como no lo hizo, llegué a la conclusión de que tal vez ya no sentía nada por mí como antes, al menos no de esa manera.

—¿Verdad? —preguntó sonriendo.

—¿Acerca de qué?

Confundida, totalmente confundida estaba y es que había estado tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera me di cuenta que probablemente me había estado hablando todo este rato.

—Estás en las nubes, Cam. ¿Estás bien? Has estado actuando raro estos últimos días.

Tenía razón, pero no era mi culpa que cosas extrañas me pasaran, ahora más seguido que antes. Toda la vida he tenido sueños muy raros de personas que no conozco, pero ahora, en el presente, no solo veía esas caras en los sueños, sino en recuerdos. Podía estar tranquilamente sentada en el sofá y de pronto me mareaba y mi cabeza dolía para después ver esas ''imágenes'' al igual que me pasó en el elevador o la vez que besé a Daniel.

Tal vez estaba enloqueciendo.

—Lo siento, estoy muy distraída. ¿Qué me estabas diciendo?

—Decía que será divertido tener a Francis en casa. Le dará una dosis extra de alegría a nuestras vidas. ¿Crees que quiera que lo entrene?

—Por supuesto. Es una muy buena idea que aprenda artes marciales.

—Le preguntaremos entonces.

La ida hasta allá fue agradable, tanto como siempre eran las salidas con Daniel. Para cuando llegamos, Francis estaba esperándonos en la entrada junto a Dana. En su mano tenía una pequeña maleta, ya que me comentó con anterioridad que jamás tuvo muchas pertenencias y las pocas que tenía las dejó en donde vivía antes.

Estaba feliz, se le notaba en la cara y también por los pequeños saltos que daba al vernos estacionar el auto. Cuando me bajé, corrió hacia mí y se lanzó a mis brazos como si hubiese estado esperándome por mucho tiempo.

—Te extrañé mucho —dijo apretando su agarre.

—Yo también, niño pequeño.

Después abrazó a Daniel y se dieron un saludo de puños, lo cual me pareció tierno. Finalmente, los tres nos despedimos de Dana, quien con lágrimas en los ojos, movió la mano de un lado a otro. Francis no hizo más que sonreírle y susurrar un gracias a pesar de que ella no lo escucharía desde aquí.

Los Caídos #5 - La maldición del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora