38. Justicia de Dios

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Daniel

Estaba interesado en saber más del salón de baile que Blas nos estaba mostrando, pero no pude aguantar la sensación que me comía vivo por dentro. Tenía una voz insistente en mi cabeza que me decía que debía ir al final del pasillo donde estaba la escalera que daba a los pisos superiores del castillo. No sabía que había allí, pero fui de todas maneras a averiguar.

Miré con detención la escalera rodeada por sus paredes, una de ellas separada por un pequeño pasillo oscuro en donde no llegaba la luz del día. Caminé hasta allí y di unas vueltas intentando encontrar algo, pero no había ni siquiera una mosca atrapada en alguna telaraña.

—¿Por qué aquí? —susurré.

Volví a mirar la pared y entrecerré los ojos, pensativo. De pronto, la pared pareció cobrar vida frente a mí porque se movió como si estuviera derritiéndose y el líquido corrió por entre mis pies, esparciéndose hasta llegar a la escalera. De un momento a otro, al cerrar y abrir los ojos, la pared volvió a la normalidad, lo cual me desconcertó.

Miré mis manos, hechas un puño del cual no había sido consciente y sentí una extraña energía correr a través de las marcas de nacimiento de mi espalda, por mis brazos, hasta llegar a la punta de mis manos.

Sin pensarlo, estampé un puñetazo con toda la fuerza que tuve a la pared y esta se rompió tan solo un poco porque era de piedra. Cerré los ojos y a pesar de que sabía que mi mano sangraba, seguí dando golpes como si estuviera descargando una furia que ni yo sabía que tenía.

Cuando al fin hubo un agujero, me incliné para ver que había allí. Entre la pared de piedra y otra que estaba enfrente, había una caja de madera lo suficientemente grande como para que un niño del porte de Francis cupiera dentro.

La saqué de inmediato, manchándola un poco con la sangre que tenía en las manos producto de los golpes y toqué la superficie despacio. Era de color café oscuro con los bordes negros y en el centro tenía escrito con letras doradas ''Justicia de Dios''.

Mi nombre significaba eso, pero no estaba seguro de que se refiriera a mí porque sería mucha coincidencia. Sin embargo, tenía la sensación de que aquella caja me pertenecía a pesar de jamás haberla visto en la vida.

La tomé con mucho cuidado, pero pesaba tan ligero como una pluma, lo cual me confundió porque cuando la saqué de su escondite pesaba mucho. Busqué la salida al patio trasero y una vez afuera, dejé la caja frente a mí y me arrodillé.

Las marcas en mi espalda comenzaron a arder como si alguien estuviera presionando algo caliente contra ellas, así que me quité la camiseta desesperado por sentir el aire a mi alrededor. Sin embargo, todo el clima subió de temperatura y el ruido de un trueno se esparció por todos lados. El cielo se oscureció lentamente, pero no provocó ninguna sensación en mí. Era raro, sí, pero para mí no lo era.

Escuché a Camille gritar mi nombre, pero ni siquiera pude voltear a verla porque estaba cegado con la luz brillante que salía por los bordes de la caja. Su energía me llamaba y las marcas de mi espalda dolían tanto que quería tirarme al suelo y llorar del dolor, pero me contuve lo más que pude.

Mis oídos se taparon y solo pude escuchar, más bien en mi cabeza, cómo un hombre llamaba a mi nombre. Era una voz varonil y gruesa, la cual me dio escalofríos en todo el cuerpo, desde la punta de mis pies hasta la cabeza. Miré hacia arriba y en medio del cielo negro venía bajando una luz dorada muy resplandeciente.

Entrecerré los ojos porque me dolieron un poco y puse una mano frente a mí. La luz se hizo cada vez más grande hasta iluminar todo a nuestro alrededor y con eso el calor desapareció, dando paso a un frío que te calaba los huesos.

Los Caídos #5 - La maldición del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora