36. Todos podemos sucumbir al lado oscuro

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La chica pelirroja, casi rubia, nos quedó mirando a mí y a Daniel como si nos inspeccionara detalladamente. No comprendía qué esperaba de nosotros, pero sí podía entender que un par de humanos había invadido su preciada alianza o grupo del terror, como lo llamo yo.

—¿Joseph los trajo? —preguntó ella con voz firme. Miró al chico y este solo se encogió de hombros—. ¿Aún cuando sabes que está prohibido traer humanos a este lugar? ¿Sabes que debo comunicarlo a los directores y que podría comprometer tu cargo como representante?

A pesar de que esta chica lucía un poco más joven que Joseph, tenía todo un aire autoritario que no te haría dudar en obedecer. Sin embargo, había algo de ella que no encajaba; algo de su personalidad que no tenía sentido.

—Cristal, es de vida o muerte. Además, ella es nefilim de la alianza. Mírale la marca —comentó el chico—. Es una Hunter.

La tal Cristal volteó a verme en seguida con los ojos entrecerrados. Su expresión era preocupada, pero a la vez curiosa. Hizo un gesto con la mano para que la siguiera, pero me quedé en mi lugar. Miré a April que seguía allí en total silencio y asintió con la cabeza.

Daniel me dio un pequeño empujón en la espalda, animándome a seguir a la rubia rojiza, así que no me hice más de rogar y la seguí. Me llevó de vuelta por el pasillo y tomamos el de la izquierda en dirección a un enorme comedor. Pensé que me llevaría a alguna oficina, pero no.

—¿Por qué aquí? —pregunté confundida. Miré a mi alrededor todas las mesas vacías rodeadas de un montón de sillas de madera que parecían más viejas de lo que podría decir. El piso era de madera, a diferencia del piso de la entrada y del pasillo que eran de piedra, y tenía ciertos agujeros pequeños que indicaban el desgaste del paso de los años. El techo era alto en punta desde las cuatro esquinas del enorme comedor y estaban cubiertos de vidrio; tan sucio como para dejar en evidencia que nadie jamás los había limpiado. Las paredes estaban cubiertas con un papel mural de flores y hojas que parecía más nuevo, pero aún así le daba un aspecto más antiguo a todo a mi alrededor.

—Este comedor, Camille y el de todas las demás academias, fue lo primero que se construyó aquí hace muchos años; tantos que ni te imaginas. El resto de la academia también es muy antigua, pero se ha remodelado con el paso del tiempo.

—¿Por qué el comedor no?

—Porque así los directores lo decidieron.

—¿Cuáles? ¿Los primeros? ¿Los que vinieron en las siguientes generaciones?

—Solo hay cinco directores originales. Son nefilim de primera generación por tanto inmortales.

—¿Qué significa eso? ¿Les da un poder sobre los demás?

—No necesariamente —dije sentándose en una silla cercana. Me hizo un gesto para que me sentara y una vez lo hice, prosiguió—. Ser nefilim de primera generación significa que eres hijo de un caído, un ángel caído.

Recordé a Daniel inmediatamente y toda la historia que aún tenía vacíos importantes para mí.

—Espeluznante. Deben ser criaturas espantosas.

—¿Soy espantosa para ti?

—Oh...—Sonreí nerviosa—. ¿Eres de primera generación?

—Sí. ¿Es cierto? —apuntó levemente mi brazo y luego me miró directo a los ojos.

Levanté la manga de mi chaqueta y le mostré mi marca de nacimiento. Ella contuvo la respiración y me miró, mientras pestañeaba. No sabía si estaba sorprendida o aterrada la verdad y prefería no saberlo.

Los Caídos #5 - La maldición del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora