46. Hay leyes que se deben cumplir

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Oliver

Constantemente podía escuchar las voces de miles de almas sufriendo por poder encontrar paz, lo cual me perturbaba al principio. Sin embargo, ya me había acostumbrado a ello y dejaba que mis ayudantes, muchos de ellos almas destinadas a acompañar al ángel de la muerte, se encargaran de ese trabajo.

Desde que los ataques comenzaron en Alana, todos los que quedaban inconscientes llegaban al mundo entre la vida y la muerte, lo cual me hacía responsable de ellos. Si morían, no tenía más remedio que llevármelos, pero sentía que debía hacer algo más para poder ayudarlos, ya que algunos de ellos eran solo niños.

—¿Cuántos han recolectado hoy? —pregunté mirando desde la ventana de mi habitación el paisaje aterrador frente a mis ojos.

Siempre odie al ángel de la muerte y este lugar me parecía horrible, pero ahora era el lugar donde vivía y me perturbaba saber que me había acostumbrado a él.

—Miles. Algunas muertes fueron rápidas. Lo sorprendente es que muchos se fueron para arriba —dijo mi ayudante.

—Ya te dije que no se van al cielo. Nadie puede ir al cielo. Solo se van a un plano donde hay paz.

—Como sea, jefe, sabes a lo que me refiero. Nos enteramos que han habido más ataques. —Sus mejillas rojas se alzaron un poco cuando sonrió y frotó las palmas de sus manos.

—Puedo sentirlo —dije—. Han llegado más.

—¿Irás a verlos? —preguntó—. ¿Podemos ir contigo?

—No —dije de una vez—. Se los prohíbo y si me entero que desobedecieron mis órdenes, ya saben lo que les pasará.

—¿Por qué has estado actuando tan raro últimamente, jefe? ¿Problemas del corazón?

—Ni siquiera sabes lo que es tener un corazón humano.

—Lo tuve alguna vez.

—No es a lo que me referí —dije riendo un poco—. Debo irme.

Golpeé el cetro un par de veces contra el suelo y mi cuerpo se desvaneció en el aire, transportándome de inmediato al lugar donde llegaban todas las almas de las personas afectadas por el ataque.

A veces podía sentir la esencia del alma de las personas que llegaban y esta vez no fue diferente. No obstante, me preocupé cuando me di cuenta de que se trataba de los mellizos, Eric y Kenneth.

—¿Qué diablos? —gritó Eric—. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estamos?

—¿Qué te pasó? —preguntó Kenneth a su hermano—. ¿Te hicieron daño?

—Un demonio me apuñaló, creo, no sé. Estaba discutiendo con Mak en...

—¿En?

—Nada —dijo Eric rápidamente.

—Eric, dime. ¿Dónde rayos estabas?

—En el reino de Arturo. Es una larga historia que te contaré después, así que no empieces.

—Si es que sobrevivimos. —Kenneth le dio un golpe a su hermano en el brazo y lo miró de mala gana.

—Dejen de pelear —dije en voz baja.

Los dos chicos saltaron del susto y se miraron entre sí. Usualmente las personas no notan cuando aparezco y desaparezco de un lugar, lo cual me gusta un poco si puedo decir.

—¿Dónde estamos? —preguntó Eric.

—En el limbo. Aquí vienen las almas que están entre la vida y la muerte. Aquellos que han sido atacados por los lobos vienen aquí —expliqué—.¿Qué pasó con ustedes? ¿Los atacaron los lobos?

Los Caídos #5 - La maldición del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora