7. Ese hombre tan cálido

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Desperté con el peso de un brazo sobre mi cuerpo, lo cual me hubiese alarmado en otra ocasión. Daniel y yo, ambos en la misma posición de anoche, parecíamos más cómodos de lo que acostumbramos. A diferencia del día anterior, ahora me rodeaba ligeramente con su brazo izquierdo y yo, por instinto, me había acercado más a él.

Sentí deseos de tocar su cabello rubio, el cual hacía contraste con el color negro de la almohada, pero no lo hice porque sería raro, mucho más si me pillase haciéndolo. Con cuidado para que no despertara, saqué su brazo y salí de la cama, sintiendo inmediatamente el frío suelo contra mis tibios pies.

Tenía que ir a trabajar y como era domingo, Daniel cuidaría de Francis durante el día. Me arreglé tranquilamente y cuando fui a la sala de estar, el niño estaba sentado en el sofá viendo la televisión.

—¿Por qué te despertaste tan temprano?

—Estoy acostumbrado. En el orfanato nos despertaban muy temprano todos los días.

Me acerqué a él, lo tapé con una manta y me fui de vuelta a la habitación de Daniel porque ya debía irme y no quería que Francis estuviera solo, mientras el rubio dormía. Por suerte, ya se había levantado y hasta había hecho la cama, pero aún seguía en pijama.

—Ya debo irme. Francis está en la sala viendo televisión.

—Los escuché —dijo somnoliento—. Aún tengo sueño, estaba muy cómodo...

—Lamentable. Tengo que trabajar hasta los domingos.

Antes de que me dijera algo más, me fui a despedir de Francis con un beso en su mejilla y salí del apartamento en dirección a la estación. Era un día lindo, el sol comenzaba a brillar, iluminando este sector de Alana que era algo frío por la hilera de árboles que habían a los costados de la calle.

Saludé a un par de personas que vi en la calle, quienes vivían en el mismo edificio que yo, y seguí mi camino al trabajo. Cuando noté que estaba a un par de cuadras y tan solo me quedaban cinco minutos para llegar, empecé a caminar a paso rápido, intentando esquivar a todo que se interponía en mi camino.

Puse tan solo un pie dentro de la estación y sentí que el sheriff gritó mi nombre junto con el de tres oficiales. Ellos y yo, Nathán incluido, nos miramos asustados por lo que pudiera haber pasado y sin decir nada, nos apresuramos a entrar a la oficina del jefe.

—Tenemos un gran, horrible y estrepitoso problema —anunció.

—¿Qué pasó? —pregunté yo al ver que nadie se atrevía a hablarle al sheriff en tan notable molesto estado de ánimo.

—¿Recuerdan el día en que llamó una familia de la ciudad porque escucharon disparos? No me respondan, no es necesario —dijo colocando una mano en su cinturón de modo relajado—. Hoy llegó el permiso para que podamos ir a registrar el lugar. Al parecer nadie vive allí y no existen dueños. No pudieron encontrarlos.

—¿Entonces iremos?

—Oh, claro que sí, James. Ten tu lápiz y tu libreta a mano. Nos vamos en diez minutos, chicos.

Al cabo de diez minutos como prometió el jefe, ya íbamos camino a la famosa casa. Resulta que hace un par de semanas recibimos una llamada de emergencia porque hubo muchos disparos, pero lamentablemente no teníamos una orden para poder registrar la casa y la policía nacional le había prohibido al sheriff acercarse hasta que le enviaran el documento.

—¿Cómo está Francis? ¿Se adaptó bien?

—Está excelente. Ahora está con Daniel.

—Ya sabes que si necesitas algo, Camille, no dudes en preguntarme.

Los Caídos #5 - La maldición del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora