3. Un hombre de bien

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Tuve una mañana bastante agitada y muy ocupada recolectando todo el papeleo necesario para el proceso de adopción de Francis. Durante este tiempo no podíamos vernos. No sé los motivos de eso, pero tuve que acceder claramente.

—Así que ahora solo falta esperar a que todos los documentos estén listos para que Dana pueda revisarlo en conjunto con los del gobierno —expliqué a Daniel.

—Todo saldrá bien, estoy seguro de eso.

—¿Crees que seré buena?

—¿En qué?

—En el cuidado de Francis. A veces me da miedo porque jamás tuve una imagen materna o paterna que me diera el ejemplo. No sé cómo hacerlo.

Puse un poco de harina a la mezcla del pastel que estaba haciendo y Daniel, observando a mi lado, me subió las mangas de la camiseta para que no las ensuciara. Usualmente, tenía gestos como aquel que me eran muy lindos y que, a mi parecer, uno no tenía con todo el mundo. Hubo un tiempo en que me gustaba mucho. Lo veía como un amor platónico con el cual fantaseaba acerca de tomarnos de la mano mientras paseábamos, besarnos en momentos inesperados, abrazarnos y todas esas cosas cursis que hacen las parejas. Sin embargo, enterré ese sentimiento cuando me dijo que estaba enamorado de mí.

Suena contradictorio, lo sé, pero sentí miedo de que nuestra amistad se arruinara por siempre, lo cual haría que nos distanciáramos y no quería eso porque ha sido la única persona que ha permanecido en mi vida. No podía arriesgar eso por satisfacer mis deseos. Lo quería, él me quería, nos queríamos, pero no estaba dispuesta a correr el riesgo. Jamás le dije lo que yo sentía y lo mandé a la friendzone aunque me doliera verlo sufrir.

—Mientras haya amor, Addie, lo harás excelente. Y sé que tienes mucho amor para dar.

—Sí, supongo que sí. ¿Qué estás haciendo?

—¿Comiendo? —dijo con la cuchara en la boca.

—Claro que veo que estás comiendo, pero ¿por qué te comes la crema de avellanas a cucharadas?

—Porque es deliciosa.

—No lo es. Es muy dulce para mi gusto—dije para molestarlo.

Me manchó la nariz con un poco de la crema de avellanas y volteé a mirarlo sorprendida, mientras reía. Tomé un poco de harina y se lo lancé directo a la cara, dejándolo como un mimo.

—No lo hiciste... —dijo riendo. Tomó un poco de harina también e imitó mi reacción.

Tosí un poco porque me entró a la boca y no dudé en atacarlo nuevamente, lanzándole harina en donde cayese. Comenzamos, entonces, una guerra de harina y crema de avellanas por un par de minutos en los cuales corrimos alrededor del apartamento. Él corrió tras de mí hasta que me atrapó y me volteó para hacerme cosquillas.

Reí nerviosa porque no me gustaban del todo las cosquillas e involuntariamente le di un par de golpes, pero ni chistó. De pronto, ambos nos quedamos quietos mientras nos mirábamos sonrientes y cansados por tanto correr.

Él, que dio un paso lento hacia mí, me miraba como siempre lo había hecho, excepto que podía notar lo que intentaba esconder porque yo también lo estaba haciendo. Con sus manos, me sujetó suavemente de ambos costados de mi cabeza y me acarició con los pulgares las mejillas blancas por la harina.

Debido a su cercanía y tiernas caricias, mi corazón latió fuerte de emoción y sentí una sensación agradable en el estómago y luego en el pecho; una que no sentía hace mucho tiempo por este tipo de cosas. Creo que si no fuera por la harina, Daniel ya habría visto lo roja que estaba.

Este siempre fue uno de mis deseos, aquellos que intenté reprimir por tanto tiempo, pero que ahora volvían a florecer como las plantas en primavera. El cariño que Daniel sentía por mí y todas sus atenciones eran como la luz solar que justamente hacía florecer todos mis sentimientos.

Había besado a varios chicos durante mi vida, especialmente en la escuela, pero ninguno de ellos se comparaba al hombre que tenía frente a mí porque él era especial.

Finalmente, acortó la distancia que nos separaba y sus labios tocaron los míos en un beso que me hizo sentir las famosas mariposas en el estómago. Me sentía como cuando di mi primer beso a los trece, excepto que ahora era diferente porque sí sentía algo real por Daniel.

Con una oleada de imágenes, mi cabeza dolió del mismo modo que en el elevador y me mareé un poco. De pronto, vi a Daniel, en imágenes algo borrosas, vestido con un uniforme antiguo y me ayudaba a subir a un caballo. Me separé abruptamente y suspiré agitada.

—¿Qué pasó?

—No puede volver a repetirse, Daniel. Por favor.

Al verme tan intranquila y nerviosa, asintió con gran tristeza aunque sus deseos fueran los opuestos. Ahora me quedaba claro que si algo más pasaba entre nosotros, todo se arruinaría y no soportaría ver su cara de decepción.

* * *

Me di como mil vueltas en la cama, intentando dormir, pero no pude. En lo único que pensaba era en el beso que nos dimos con Daniel y en cómo me sentí al respecto. Repentinamente, la imagen de él ayudándome a subir al cabello volvió a mi mente y me sentí confundida porque podría jurar que se sentía como un recuerdo, pero no podía ser posible. Traté de darle una respuesta lógica. Nada se me ocurría más que podría ser una vida pasada, pero ¿existen acaso esas cosas? ¿Pudimos Daniel y yo conocernos en otra época? ¿pero por qué lucía igual?

Quizás solo recordé algún sueño que tuve al besarlo y por eso parecía tan real. Esa era una respuesta bastante coherente, pero no me ayudaría a dormir tampoco. Además, las ansias y el deseo porque todo saliera bien respecto a Francis me tenía más nerviosa aún.

Solo esperaba que las cosas resultaran como había imaginado para así tener finalmente a Francis a mi lado y entregarle todo cuanto pudiera, especialmente el amor que jamás nadie le ha dado. Prometía hacerlo el niño más feliz del mundo y darle todas las herramientas para que fuera un hombre de bien al crecer.


***

Mis niños no recuerdan nada. Que dolor 😥💖.

Espero que les haya gustado 💖💖💖.

Los Caídos #5 - La maldición del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora