63. De tal palo, tal astilla

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Tardaron dos días en crear una cura que realmente funcionara. Tristán ya había despertado por suerte y se sentía mucho mejor aunque estaba un poco delicado de salud. En cuanto a los demás, ya les administraron la cura y eso me estaba poniendo muy ansiosa.

Adam, Daniel y yo estábamos afuera de la enfermería esperando a que nos dijeran que Francis se había despertado. No sabíamos cómo debíamos actuar realmente porque es un tema delicado para el niño, así que decidimos que yo hablaría con él.

—¿Por qué tarda tanto en hacer efecto? —preguntó Adam.

—Francis estuvo mucho tiempo inconsciente —mencionó Daniel.

—Lo sé, pero esta espera me está matando.

Miré a ambos y sonreí de los nervios. Ni siquiera sabía por qué estaba tan nerviosa, pero de tan solo pensar en Francis, se me apretaba el estómago.

—Señorita James —dijo una de las enfermeras al abrir la puerta—, acaba de despertar.

Asentí sin decir nada y entré tras ella. Hacía algo de frío allí dentro y me di cuenta que una de las ventanas estaba abierta. El viento que había afuera era algo fuerte, pero no me detuve a preguntar porque mi atención se fue de inmediato a Francis.

Estaba medio sentado en su camilla, tenía el cabello algo desordenado y su mirada se veía algo triste aunque sus ojos brillaban como nunca antes. Sonrió inmediatamente en cuanto me vio y estiró sus pequeños brazos.

Corrí a abrazarlo, sintiendo felicidad y tranquilidad como jamás antes. Lo llené de un montón de besos, mientras él reía y yo lloraba.

—No vuelvas a asustarme así, por favor —dije.

—Lo prometo.

Me separé para verlo mejor y él me limpió las lágrimas con sus dedos, provocando una risa de mi parte.

—Hay algo muy importante que tenemos que hablar —dije—, pero necesito que sepas que nada cambiará nuestra relación, ¿si? No debes temer.

—Tú me salvaste, ¿por qué temería? Confío en ti.

—Bien, entonces, tú sabes que tus padres biológicos deben estar en algún lado.

—Sí, que mi mamá es tu hermana. Lo sé —dijo confundido—, pero nunca he sabido nada de mi papá. El ángel de la muerte jamás me dijo algo de él.

—Sabemos quién es y te ha esperado con muchas ansias. Él tampoco sabía de tu existencia, pero está dispuesto a recuperar el tiempo perdido siempre y cuando tú te sientas cómodo.

—¿Está aquí? —preguntó sorprendido mientras miraba hacia todos lados.

—Está afuera, esperando junto a Daniel.

—Estoy listo —dijo en un suspiro, lo cual me hizo sonreír.

—Te caerá bien porque es como tú —dije dirigiéndome a la puerta.

Le hice una seña a los chicos y Daniel entró primero para saludar rápidamente a Francis. Ambos se abrazaron e hicieron un par de bromas que no pude entender. Después de eso, Adam se acercó un poco, pero se paralizó a medio camino. Él y Francis se quedaron mirando por un rato, lo cual me conmovió. Era como si ninguno de los dos pudiera creer lo que estaba pasando.

—Hola Francis —dijo finalmente Adam—. Soy Adam.

—Hola. ¿Tú eres...?

Adam asintió lentamente y se acercó a él para sentarse en la orilla de la camilla.

—Sé que todo puede ser muy confuso para ti, pero quiero que sepas que...—Adam se quedó completamente callado porque Francis se lanzó sobre él para abrazarlo.

Al principio, no reaccionó, pero luego lo abrazó tan fuerte que creí que jamás lo dejaría ir. Era raro verlos juntos, ya que son iguales. Son dos gotas de agua. Sin embargo, me llena el corazón de alegría porque ambos merecen el cariño que se entregarán.

—Realmente se parecen —susurró Daniel.

—Muchísimo —respondí—. Deberíamos dejarlos solos para que puedan hablar, ¿no crees?

—Sí, vamos, esperemos afuera.

Era inevitable pensar en que estos eran los últimos momentos en que estaríamos juntos porque no sabíamos si Daniel volvería en el futuro. Aún no se iba y ya lo extrañaba como nadie se imagina.

Sin pensarlo, lo abracé por la cintura y me escondí ahí, esperando a que tal vez todo aquello fuera una pesadilla. Si no pensaba en ello, tal vez no sería real.

—¿Qué sucede? —preguntó él riendo por mi repentina reacción.

—Nada, solo aprovecho estos pequeños momentos —dije mirándolo hacia arriba.

—Hallaremos una manera —dijo pellizcando mis mejillas.

—¿De vernos? ¿A escondidas? —pregunté divertida—. ¿No estamos un poco grandes para eso?

—Yo sí, tú no tanto.

—¡Oye! —exclamé y le di un golpe en el brazo—. Sé que eres bastante anciano, pero...

—No te pases —dijo fingiendo enojo.

—Está bien. —Alcé ambos brazos en señal de paz y reí—. ¿Alguna herencia que nos dejes?

—Nada que pueda servirte.

—Osea que si tienes cosas valiosas de las cuales no nos has dicho —afirmé para molestarlo un poco.

—Claro. ¿Acaso crees que en tantos años no guardaría reliquias?

—Las encontraré cuando te vayas.

—Buena suerte con eso.

Los dos reímos y seguimos hablando de cosas sin sentido hasta aburrirnos. Era la única manera de olvidar por un momento lo que inevitablemente sucedería. Así era la realidad y debemos respetarla por el bien de todos.

Los Caídos #5 - La maldición del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora