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Después de una parada para ir al servicio, salgo y no veo ni oigo a Lauren en las duchas, así que mi mente, cómo no, comienza a imaginar que podría haberse ido a algún sitio con las chicas de antes.
Ni siquiera se ha traído ropa, así que, si al final se ducha, tendrá que volver a ponerse la ropa sucia. Lauren podría ponerse cualquier cosa rebozada en barro y seguiría estando más guapa que cualquier otra persona que haya visto. «Excepto Shawn», me recuerdo.

Tras una ducha rápida, me seco, me visto y vuelvo a la habitación, donde me alivia encontrar a Lauren sentada en mi cama. «¡Chupen ésa, colegialas!», grita una parte de mí.

Está sin camiseta, sólo con su top deportivo y el agua ha oscurecido aún más su ya de por sí oscuro cabello. Cierro la boca para asegurarme de que no me cuelga la lengua.

—Has tardado un buen rato —dice.
Se le contraen los músculos cuando lleva los brazos hacia atrás para apoyarse contra la pared.

—Se supone que tienes que ser simpática, ¿recuerdas? —replico, y me acerco al armario de Bella y abro la puerta para usar el espejo. Tras coger el estuche de maquillaje de mi compañera, me siento y cruzo las piernas frente a ella.

—¡Pero si estoy siendo simpática!

Permanezco en silencio e intento maquillarme un poco. Después de tres intentos por hacerme una raya recta en el párpado superior, lanzo el lápiz de ojos contra el espejo, y Lauren se ríe.

—Ya sabes que no te hace falta —me dice.

—Me gusta —replico, y ella pone los ojos en blanco.

—Pues bien, vamos a quedarnos aquí sentadas todo el día mientras intentas pintarte la cara — contesta. Y hasta aquí la Lauren amable.

Se da cuenta y enseguida me dice «Perdona, perdona» mientras me limpio los ojos. Pero me rindo con el maquillaje. Es un poco complicado de hacer con alguien como Lauren mirándome.

—Estoy lista —digo finalmente, y ella se levanta de un salto—. ¿Vas a ponerte una camiseta? —le pregunto.

—Sí, tengo una en el maletero.

Tenía razón: debe de tener millones de ellas ahí dentro. No quiero ni pensar en las razones que hay detrás.

Fiel a su palabra, saca una camiseta de alguna banda negra y lisa del maletero y termina de vestirse en el aparcamiento.

—Deja de mirarme y sube al coche —bromea.

Intento negarlo, y le hago caso.

—Me gustas más con camiseta blanca —digo cuando ambas estamos dentro, y las palabras se me escapan antes de que pueda procesarlas.

Ladeando la cabeza, me dedica una sonrisa engreída.

—¿Ah, sí? —Arquea una ceja—. Bueno, a mí me gustas con esos jeans. Se te ve un culo irresistible, deberías usarlos más seguido —dice, y me deja pasmada. Lauren y sus obscenidades.

Le doy un puñetazo, de broma, y se ríe, pero mentalmente me doy una palmadita en la espalda por ponerme estos pantalones. Quiero que Lauren me mire, aunque nunca lo admitiría, y me siento halagada por su extraña forma de dedicarme un cumplido.

—¿A dónde? —pregunta, y saco el móvil. Le leo la lista de distribuidores de coches de segunda mano en un radio de unos ocho kilómetros y le cuento un par de opiniones de cada uno.

—Le das demasiadas vueltas a todo. No vamos a ir a ninguno de esos sitios.

—Sí que vamos a ir. Ya lo tenía previsto; hay un Prius que quiero ver en el concesionario Bob’s Super Cars —le digo, y siento vergüenza ajena por un nombre tan ridículo.

Después de ella [Camren G!P]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora