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Al final, Lauren se queda a dormir en mi habitación y Bella se marcha con Tristan a su apartamento.
Pasamos el resto de la noche hablando y besándonos hasta que ella se queda dormida con la cabeza en mi regazo. Sueño con el momento y el lugar en el que podamos vivir juntas. Me encantaría despertarme todas las mañanas a su lado, pero ahora mismo no es viable. Soy muy joven y eso supondría ir demasiado rápido.

Lunes por la mañana. La alarma suena diez minutos tarde y me descuadra todo el horario. Me ducho y me maquillo a toda prisa. Despierto a Lauren antes de poner en marcha el secador.

—¿Qué hora es? —gruñe.

—Las seis y media. Tengo que secarme el pelo.

—¿Las seis y media? No tienes que estar allí hasta las nueve... Vuelve a la cama.

—No. Debo peinarme e ir a por un café. Tengo que salir a las siete y media porque se tarda cuarenta y cinco minutos en llegar allí.

—Llegarás con cuarenta y cinco minutos de antelación. No tienes que salir hasta las ocho.

Cierra los ojos y se pone boca abajo.
La ignoro y enciendo el secador. Se tapa la cabeza con una almohada. Me rizo el pelo y repaso la agenda para asegurarme de que no se me olvida nada.

—¿Vas a ir directamente a clase? —le pregunto a Lauren mientras me visto.

—Probablemente. —Sonríe y sale de la cama—. ¿Puedo usar tu cepillo de dientes?

—Pues, supongo que sí... Compraré uno nuevo a la vuelta.

Nadie me ha pedido nunca usar mi cepillo de dientes. Mentalmente me imagino metiéndomelo en la boca después de que lo haya usado... Pero no.

—Sigo opinando que no te hace falta salir antes de las ocho —insiste—.
Piensa en la de cosas que podríamos hacer en esos treinta minutos —dice, y la miro a ella y a sus tentadores hoyuelos noto cómo me come con los ojos. Mis ojos tampoco se contienen y aterrizan en la tienda de campaña de su bóxer y me acaloro al instante.

Mis dedos dejan de moverse en el tercer botón de la blusa y, sin prisa, recorre la distancia que nos separa en la pequeña habitación y se pone de pie detrás de mí. Le hago un gesto para que me suba la cremallera de la falda. Obedece pero, mientras la sube, sus manos rozan con delicadeza mi piel desnuda.

—Tengo que irme. Todavía no me he tomado el café —me apresuro a decir—. ¿Y si hay tráfico? ¿O un accidente? ¿Y si se me pincha una rueda o tengo que parar a echar gasolina? Podría perderme o no encontrar aparcamiento. ¿Y si tengo que aparcar muy lejos y luego me toca andar un buen trecho y llego sudando y sin aliento y necesito unos minutos para...?

—Lo que necesitas es tranquilizarte, nena. Estás hecha un manojo de nervios —me sopla al oído.

Miro su imagen en el espejo. Está perfecta recién levantada, y somnolienta no parece tan terrible.

—No puedo evitarlo, estas prácticas significan mucho para mí. No puedo arriesgarme a fastidiarla.

La cabeza me va a cien por hora. Estaré más calmada luego, cuando sepa a qué atenerme y pueda organizarme la semana en consecuencia.

—No deberías llegar tan nerviosa, te van a comer viva —dice sembrando un reguero de besos en mi cuello.

—Estaré bien. — «O eso espero.»

Su aliento en mi cuello me pone la carne de gallina.

—Deja que te relaje antes de irte. —Su voz es grave, seductora y un poco soñolienta.

Después de ella [Camren G!P]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora