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Cojo la ropa que Lauren me ha traído: una de sus características camisetas negras, unos pantalones de pijama de cuadros rojos y grises y unos enormes calcetines negros. Me da la risa al imaginarmela con esto puesto, pero enseguida caigo en la cuenta de que lo habrá cogido de la cómoda de ropa sin estrenar. Levanto la camiseta y noto que huele a ella. Se la ha puesto, y hace poco. Es un aroma embriagador, mentolado y maravilloso, acaba de convertirse en mi olor favorito del mundo entero. Me cambio y veo que los pantalones me quedan demasiado grandes, pero son muy cómodos.
Me tumbo en la cama y me tapo con la manta hasta el cuello, con la vista fija en el techo mientras pienso en todo lo que ha ocurrido hoy. Noto que me voy quedando dormida y que empiezo a soñar con ojos verdes y cejas tupidas.

—¡NO! —La voz de Lauren me sobresalta.

«¿Ahora oigo voces?»

—¡Por favor! —vuelve a gritar.
Salgo de la cama de un salto y corro al pasillo. Busco el frío metal del pomo de la puerta de su habitación y, gracias a Dios, ésta se abre.
—¡No, por favor...! —grita de nuevo.

No me he parado a pensar; si alguien le está haciendo daño, no tengo ni idea de qué voy a hacer.
Avanzo a trompicones hasta la lámpara y la enciendo. Lauren está sin camiseta, enredada en el grueso edredón, agitándose y golpeando el aire. Sin pensar, me siento en la cama y le toco el hombro.
Está muy caliente, ardiendo.

—¡Lauren! —digo con suavidad para intentar despertarla. Ella vuelve la
cabeza hacia un lado con brusquedad y gimotea, pero no se despierta.
—¡Lauren, despierta! —le pido, y la sacudo con más fuerza mientras me subo a la cama para ponerme sobre ella a horcajadas.
Apoyo ambas manos sobre sus hombros y vuelvo a sacudirla.
De pronto, abre los ojos; una mirada de pánico se apodera de ellos un instante antes de dar paso a la confusión, y luego al alivio. El sudor le perla la frente.

—Camz —dice, sofocada.

Su forma de pronunciar mi nombre me parte el corazón, para luego curarlo. En cuestión de segundos, desenreda los brazos y me rodea con ellos para arrastrarme y tumbarme sobre ella. La humedad de su pecho me sobresalta, pero no me muevo. Oigo el latido de su corazón, que bombea acelerado contra mi mejilla. Pobre Lauren. Llevo las manos a sus costados y la abrazo. Ella me acaricia el pelo mientras repite mi nombre una y otra vez, como si fuera su mantra en la oscuridad.

—Laur, ¿estás bien? —Mi tono es más bajo que un susurro.

—No —confiesa.

Su pecho se hincha y se deshincha más despacio, pero sigue teniendo la respiración acelerada.
No quiero que se sienta presionada a hablar sobre la pesadilla que acaba de tener. No le pregunto si quiere que me quede; de alguna forma sé que quiere. Cuando me separo de ella para apagar la luz, se pone tensa.

—Iba a apagar la luz; ¿quieres que la deje encendida? —le pregunto.

En cuanto se da cuenta de mi intención, se relaja y me deja alcanzar la lámpara.

—Apágala, por favor —me pide.

Una vez que la habitación vuelve a estar a oscuras, apoyo de nuevo la cabeza sobre su pecho.
Supongo que permanecer en esta posición, sentada a horcajadas sobre ella, va a ser complicado, pero a ambos nos parece reconfortante. Oír el latido de su corazón bajo la suave superficie de su pecho es relajante, más aún que el repiqueteo de la lluvia sobre el tejado. Haría lo que fuera, daría lo que fuera por pasar cada noche con ella, por estar tumbadas así, por tener sus brazos a mi alrededor mientras escucho su pausada respiración.

Me despierto cuando Lauren se revuelve. Sigo estando tumbada sobre ella, con las rodillas a los lados.
Levanto la cabeza y me encuentro con sus intensos ojos verdes. A la luz del día, no creo que me desee de la misma forma que anoche. No soy capaz de descifrar su expresión, lo que da pie a que los nervios se apoderen de mí. Decido levantarme, porque me duele el cuello de dormir en esa posición, y quiero estirar las piernas.

Después de ella [Camren G!P]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora