Capítulo 31

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Irina

Tiempo después, abro los ojos, me he dormido de nuevo. Creo que esta jaula tiene algún tipo de sustancia que adormece, pero como está oscuro no puedo asegurarlo. Se oyen ruidos, entonces retrocedo. Hay gente caminando de un lado para otro, trayendo cosas y acomodándolas.

Tengo miedo.

Estoy cansada, intento usar mi poder pero no funciona, no veo ninguna corriente de aire.

¿Estaremos en un subsuelo?

Me sobresalto cuando abren la jaula y un hombre con capucha me toma de la muñeca, tironeando de esta, sacándome de allí.

—¡Suéltame! —Forcejeo, me libero y salgo corriendo, pero otro llega interrumpiendo mi camino—. ¡No! —chillo cuando me agarra y el hombre del cual hui lo ayuda—. ¡Déjenme! ¡¿Qué quieren?!

Soy apoyada en algún tipo de tabla elevada, mientras otras personas encienden las antorchas que faltan en el cuarto. Intento pararme pero atan mis manos a los costados de mi cabeza, a la vez que pataleo, entonces mis pies sufren el mismo destino, cuando también son enganchados a esta plataforma.

Todos tienen capuchas negras, no se les puede ver el rostro. Causan pavor. Respiro agitada, mi garganta pica y mis ojos ya están humedecidos. El único encapuchado que viste de blanco se acerca hasta mí, tiene un frasco y un pincel. Me estremezco cuando pinta dibujos en mis pies y brazos, también uno en mi frente.

—Una vez que seque, procedan —dice el hombre y otros dos que también visten diferente dan su consentimiento.

Los demás formulan palabras raras mientras tienen velas y giran alrededor de la plataforma.

—¿Qué... ¿Qué están haciendo? —Lloro.

Mis lágrimas mojaron mi rostro. Todavía siento el pincel tocar mi piel. Un hombre se acerca con un cuchillo, me estremezco, pero rodea la plataforma y se queda parado detrás de mi cabeza. El otro camina hasta delante de mí, apoya sus manos en mis tobillos y asciende desde estos hasta mis muslos.

—¡No! —chillo y cierro los ojos pero siento el cuchillo en mi garganta así que los abro.

—Tienes que ver —me ordena.

—No quiero —digo jadeando, sintiendo los dedos de ese otro hombre en mis piernas.

—Es pura —expresa el vestido de blanco—. Para abrir las puertas del inframundo hay que hacerla impura, sino lo que se abrirá es el paraíso, así que tiene que sufrir, estar en su peor momento. —Le da unas tijeras al que está entre mis piernas—. Córtala, todo está alineado ahora.

—¡No! —vuelvo a chillar cuando el hombre arranca mi ropa interior. Mis manos forcejean pero se lastiman entre los ganchos que las sostienen—. ¡Por favor, no me lastimen! —ruego y lloro más.

—Presta atención —dice el del cuchillo y siento el filo en mi cuello más profundo—. Abre los ojos —me pide, ni me di cuenta cuando los cerré.

Intento abrirlos, pero siento que el otro se sube sobre mí y los vuelvo a cerrar.

—Ábrelos —repite y me lastima.

Vuelvo a intentarlo, entonces me encuentro con el tipo sobre mí, sigue con capucha, pero su cuerpo está por completo desnudo.

Noto sus manos en mis piernas.

—No me deshonres, te lo suplico —vuelvo a rogar y siento que me ahogo.

Qué acabe esta pesadilla, por favor.

De un momento a otro todo se vuelve nublado. Cierro los ojos y cuando los vuelvo a abrir, no estoy atada, camino en un sendero con bruma. Todavía percibo los dedos del hombre en mi piel, avanzo rápido para conseguir dejar de sentir, pero es imposible.

—Irina.

—¿Quién? —Me refriego los ojos—. ¿Quién está ahí?

La desilusión llega cuando veo que no es Fared. Hay un hombre atractivo, alto, de cabello negro y largo, está cerca de mí. Sus ojos rojizos pero atrayentes me observan. Sus uñas largas son puntiagudas, se alzan para indicarme que me aproxime.

—¿Quién eres? —le consulto nerviosa.

—Ven conmigo, Irina, estás sufriendo. —Sus palabras me estremecen porque me recuerdan los dedos que sigo sintiendo en mi piel—. Déjame ayudarte, como prometí.

—Tú eres... —pregunto tímida—. ¿El dios de las tinieblas?

—Así es.

—No te ves tan terrorífico.

Se ríe.

—Gracias, siempre tan en encantadora. —Vuelve a mover su mano—. Ven, yo te cuido.

—¿Vas a lastimarme?

—Jamás haría eso, yo te amo.

Mis mejillas se ruborizan.

—¿Por qué? No me conoces.

—Claro que sí. —Toma mi mano al acercarse—. Más de lo que crees. —Me abraza—. Tranquila, esos hombres ya terminarán y lo olvidarás, te lo prometo.

—No me gusta como me estoy sintiendo —declaro y más lágrimas recorren mi rostro. Hago un jadeo nerviosa y el acaricia mi cabello—. Diles que paren.

—No te preocupes, los mataré cuando terminen, sus capuchas no podrán ocultarlos por siempre, pero ahora no importa, ven conmigo, Irina, te sentirás mejor, te olvidarás de ellos.

—Si voy contigo, ¿frenará esto?

—Por supuesto, por eso estoy aquí, una vez que vengas conmigo, cruzaré el portal y estaremos juntos. Qué me dices, ¿aceptas?

Belleza del Cielo #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora