Capítulo 47

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Jaelyne

Abro los ojos, me golpeé la cabeza cuando esa niebla oscura me arrastraba, así que terminé desmayándome. Me levanto despacio y no puedo creerlo, eso me arrastró por miles de pasillo y estoy de regreso en la sala del altar.

Camino hasta la puerta, pero está cerrado, voy a las ventanas y tampoco se encuentran abiertas. No sé con qué están pegadas, porque por más que forcejee no se mueven ni un centímetro.

—Parece que te la está complicando esa cerradura.

Me giro sorprendida a visualizar a Kael.

—¿Cómo entraste? —cuestiono confundida.

—¿Viste afuera? Todo Aestian se cubrió de niebla.

—Sí, da escalofríos —opino.

—Hablo en serio cuando digo que cada reino oscureció. —Da pasos hacia mí.

—¿Cómo puedes ver tan lejos? —Me río—. ¿Tu poder de adivino? —me burlo.

—No necesito verlo, porque estoy seguro. —Tira el artefacto al suelo, el cual no vi que sujetaba y noto que el objeto tiene los tres collares incrustados—. Me tomé la molestia de sacarlos de la habitación en la que dormimos y el de Rebecca lo obtuve hace poco —me explica.

—Ah... ¿Por qué hiciste eso? —expreso perpleja—. Nuestros recuerdos e Irina...

—Nada de eso va a pasar, lo utilicé para otra cosa, lo usé para que Aeistian y el inframundo sean uno solo, no sabes todo el potencial que tiene en verdad.

—¿Qué estás diciendo? —Alzo la vista dejando de mirar el objeto para observarlo a él.

—¿Sabes por qué elegí estar en un altar para este reencuentro? Esta revelación. —Da unos pasos cerca de mí y toca mis brazos—. Desierto, cuando dimos nuestros votos matrimoniales dijimos, lo míos es tuyo y lo tuyo es mío, es hora de que pagues tu deuda.

Retrocedo.

—Tú no eres Kael.

—Sí lo soy, porque estoy dentro de él, pero en realidad soy Morket, dios de las tinieblas —juguetea con las palabras.

—Mierda, no me digas que... —Me lo pienso con detenimiento—. ¿Me estuve besando contigo?

Se carcajea.

—Cariño, nos hemos besado muchas veces.

—Sí, pero no pensando que eras Kael, es muy morboso eso —opino mirándolo con horror.

Rueda los ojos pero no borrando su sonrisa, luego suspira con pesadez.

—Bien. —Da pasos hasta mí otra vez y toca mi espalda, haciéndome avanzar hasta la ventana, mostrándome fuera—. Mira.

Visualizo que detrás de la niebla hay castillos de tonos negros, es como si hubiera un reflejo del otro lado del palacio, como el agua.

—¿Qué es?

—El inframundo, ahora podemos estar de los dos lados, mi amor.

—¿Por qué? —digo en tono bajo por la sorpresa y me gira para que lo mire, sosteniendo mis brazos.

—Creaste Aeistian, pero no me diste ni una migaja, encima permitiste que Océano se fuera. Sinceramente no sé qué pasó por tu cabeza, Desierto, pero ya estamos juntos otra vez y eso es lo importante.

Intenta besarme y yo retrocedo mi cabeza.

—Disculpa, tendrás la cara de Kael, pero no lo eres y además... —Frunzo el ceño—. ¿Qué le hiciste a mis amigos? ¿Dónde están todos?

—Siempre tan enérgica, Desierto —dice tranquilo.

—¡¿Qué quieres?! —grito molesta.

—Lo que quiero ya lo obtuve.

—¿Eh? —Lo miro confundida.

—Ya recuperé a mis tres mujeres, las tuve muy lejos durante tanto tiempo, pero ya son mías otra vez. —Me acerca a su cuerpo y su rostro comienza a cambiar, dejando de ser el de Kael, convirtiéndose en otra persona—. Ahora te tengo de regreso, mi desierto, mi diosa de las tinieblas, mi esposa. —Apoya su frente en la mía y me observa con el intenso rojo del color de su iris.

—Discúlpame, pero no —Lo empujo entonces me alejo—. Vuelve por donde viniste y regresa a todos.

Se ríe.

—Me temo que eso no se va a poder. —Acaricia mi mejilla con su dedo pulgar—. Ahora vendrás conmigo, como Océano y Cielo. No te resistas y todo irá bien.

Retrocedo otra vez.

—No me importa que seas un dios o qué, te voy a golpear hasta que entiendas lo que significa no. —Lo señalo con bastante energía—. ¡¡Regrésame a mis amigos ahora, última oportunidad!! —amenazo.

—O sea que vas a golpear a Kael, poner en riesgo a tu bebé y hasta quizás utilizar tu poder, hiriendo a tus hermanas, tan típico de ti, Desierto, por eso me encantas. La reina de las tinieblas tenía que ser cruel, no hay de otra, pero no te juzgo, aunque ya no eres ella, ¿cierto?

Me paralizo.

—Yo...

Mierda, está jugando con mi mente, eso es manipulación.

Me observa tan tranquilo que da escalofríos, su sonrisa maliciosa se mantiene intacta.

—Vamos a casa. —Me ofrece su mano—. No queremos que nadie se haga daño, ven.

Tiene razón, no puedo arriesgarme a que lastime a mi bebé, además las puertas y ventanas están cerradas, ¿cómo podría huir?

Necesito una distracción.

Y como si hubiera pedido un deseo, una bomba de humo rompe la ventana y no se ve nada en absoluto. Alguien agarra mi mano para salir corriendo, esta persona rompe la puerta con una espada y el dios de las tinieblas grita.

—¡¡Sacerdotisa del desierto, no puedes inmiscuirte otra vez en mis asuntos!! —Se oye enfadado.

Una vez estamos lejos, en donde parece un vacío interminable, nos detenemos y ella se gira a mirarme.

Es una mujer joven, atractiva, de cabellos negros, ojos claros y se ve como toda una guerrera, pero siento que la conozco.

—¿Quién eres? —pregunto confundida.

Ella sonríe.

—Nastia.

—¿Nastia? —digo aturdida porque el nombre vibra en el fondo de mi alma—. No puede ser.

—Sí, es. —responde calmada.

Chillo.

—¡¿Abuela?!

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Belleza del Cielo #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora