Introducción

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Irina

Años atrás...

Los adultos lo llaman oasis, es bonito, está en alguna parte del desierto, pero como soy chiquita yo me perdería para ir a encontrarlo otra vez.

Miro como mi kimono es más grande que yo, alzando mis manitas y me río, me río jugando.

—Uh, pasto. —Corto ramitas.

Oigo sollozos entonces me acerco a la orilla del lago, visualizo a Fared sentado ahí. Es un niño como yo, pero no quiere jugar, nunca juega conmigo. Siempre me pregunto si los señores Bárbaros no lo dejan, es que son muy malos con nosotros.

—¿Por qué lloras? —Parpadeo varias veces y él se refriega los ojos viendo que lo descubrí—. ¿Te pegaron otra vez? No estés triste, toma una ramita. —Acerco mi mano con las que encontré.

—No la quiero... —Mira hacia un costado para no verme.

Me siento junto a él.

—Ayuda a distraerse —lo digo cantando e insisto—. Toma, toma, toma —repito y se las acerco de nuevo moviendo la manita.

—¡Niña escandalosa, déjame en paz! —Me mira muy enojado, pero al fin me está viendo, así que me río.

Río tanto que se me caen las ramitas, pero no importa, es muy divertido.

—No, no soy chiste... —Sus mejillas están rojas—. ¡Deja de reír! —se queja.

—¡De tan rojo que estás, ya no pareces golpeado, eres un tomate! —expreso animada.

—¿Un tomate? —Me mira confundido.

—Sí, es rico, a mí me gusta.

—Yo no soy rico. —Hace puchero—. Debo tener gusto feo, estoy podrido.

Vuelvo a reír.

—¿Nunca has probado un tomate?

—Pues sí, bueno, no sé —dice confundido—. ¿Por qué hablamos de eso?

Pongo las manos en mis cachetitos.

—Me gusta hablar contigo. —Le regalo una enorme sonrisa.

Sí, es muy grande, me van a doler las mejillas después, aunque los adultos dirían que me veo adorable.

—¿Por qué? ¿No me crees un monstruo? —Veo como otra vez se va a poner a llorar.

—No, eres lindo, como ese coco. —Señalo la palmera.

Lo mira y se ríe.

—Tienes gustos raros, los cocos no son lindos, son redondos.

—¿Y?

—No sé. —Se vuelve a poner rojo y baja la vista, piensa un momento, luego me vuelve a mirar decidido, parece un adulto todo serio, aunque es un niño como yo. Me da un susto cuando rápido alza la mano y levanta su dedo meñique—. Hagamos una promesa, no quiero que cambies, así que te protegeré por siempre.

Reacciono dejando de tener miedo y me río.

—¿Por qué?

—Eres un angelito, no me gustaría que esas mala personas te arruinen como a mí.

No entiendo, pero uno mi meñique con el suyo y le sonrío.

—Es una promesa.

Fared sonríe también, si él está feliz, yo también me encontraré feliz.

Belleza del Cielo #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora