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Tú sigues construyendo tus
defensas, pero yo nunca he
estado tan indefenso.
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REMUS LEVANTÓ LA VISTA DE SU LIBRO AL DIVISAR UNA CASTAÑA CORRER LEJOS DE LOS ALUMNOS QUE LA MIRABAN.
Se levantó con rapidez, dejando a sus amigos muy por detrás, y corrió para alcanzar a Antalya en los pasillos. Sus sollozos ya eran audibles a esas alturas, así que la tomó del brazo, la giró y dejó que ella lo abrazara con fuerza y hundiera su cabeza en su pecho, buscando consuelo.
Él conocía muy bien a los rusos y Antalya era la más sensible de todos ellos, quizá porque era la consentida de todos. Era inocente y creía demasiado en las personas, era la que les había enseñado a sus hermanos mayores el valor de depositar confianza en los demás, darles algo y no pedir nada a cambio.
— Tals, ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? ¿Alguien te hizo algo? — preguntó acariciando el cabello castaño oscuro de la chica, escuchando sus ahogados sollozos —. Tals, dime algo, por favor. Me estoy preocupando, ¿dónde están tus hermanos?
— Soy una tonta, Remus, una gran tonta.
— No, no lo eres. ¿Qué pasó? — la escondió en su cuerpo, para hacerle sentir protegida —. Tals, dime quién fue y te juro que nos encargaremos de hacerle pagar cada lágrima.
Se separó de golpe, suplicante. — No le hagan daño, por favor, te lo guego. No le hagan nada. — Sollozó más, inundando sus ojos en lágrimas. Remus las secó con sus pulgares y besó la frente de la chica que se volvió a aferrar a él.
— Dime qué pasó, por favor, me estás preocupando mucho, Tals.
— Me engañó.
Remus se separó de ella para mirarla. No comprendía de qué hablaba, de hecho, no entendía absolutamente nada, pero la aflicción de Antalya le hacía doler el pecho. Su mandíbula se apretó al comprender que era un problema amoroso y que alguien le había roto el corazón a la pequeña Antalya... ah, pero cuándo supiese quién fue...
