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Demasiado jóvenes,
demasiado tontos.
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ANASTASYA SE ACOMODÓ EN EL HOMBRO DE ANDREI, RECIBIENDO CARACIAS EN SU CABELLO.
Miraban la chimenea y la pequeña llama que la rusa usaba para jugar con sus dedos, con las luces apagadas y el resto de la familia durmiendo, mientras ellos tenían media botella de whisky de fuego acabada. Andrei, aunque no lo dijera, atesoraba esos momentos íntimos con sus hermanos y no tenía que decir nada al respecto, Anastasya lo sabía.
— Así que...
— ¿Así que, qué? — preguntó curioso.
— Así que, ¿quién es?
— ¿Quién es qué?
— Andrei — se levantó para mirarlo socarrona —, hay un motivo por el cual te quedaste todas las vacaciones en Inglaterra cuando no te gusta Inglaterra — rio —. ¿Me dirás o tengo que averiguarlo?
— Odio cuando haces eso.
— Amas cuando hago esto.
Andrei sonrió de lado. — Puede que sí.
— ¿Conozco a esta persona? — mordió su labio para evitar la sonrisa, pero su hermano dificultaba la misión al tornarse levemente rojo —. O-kay... sí que te gusta.
— Creo que sí — admitió con resignación y tomó su vaso para rellenarlo con más whisky —. Y es patético, porque no le gusto.
— ¿Amigos?
— Algo así, pero sirve para quitarme de la cabeza a alguien más, creo.
— ¡Oh! Dos — fingió sorpresa —. Tienes más vida amorosa que yo en la escuela.
— Por favor, todos sabemos que tu único interés real en la escuela era Black, y ahora están juntos — rodó los ojos, divertido —. Para mí fue un ganar, ganar, hermanita.
