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Voy a aceptar las consecuencias de esto,
van a quemarme en la hoguera,
pero tengo fuego en mis venas,
no fui hecha para encajar.
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LOS GRITOS DE DOLOR DE GIGI ROSIER SE OÍAN POR TODOS LOS PASILLOS Y LAS HABITACIONES CERCANAS.
Veía nublado por las lágrimas, pero estaba segura de que Bellatrix Lestrange sonreía ampliamente, de hecho, estaba segura de haberla oído reír mientras ella se retorcía bajo los efectos de la maldición imperdonable: sentía un dolor intenso, más del que había sentido en toda su vida, ni siquiera sus padres habían hecho que ella gritara de esa forma; sentía como si millones de cuchillos ardientes agujerearan su piel tersa y pálida, como si su cabeza fuese a estallar.
Llevaba semanas recibiendo aquella descarga y de algo estaba segura: prefería morir ahí mismo, deseaba morir.
Sin embargo, todavía no moría y seguía recibiendo distintas clases de torturas, netamente por ser una traidora de sangre, porque de algo estaba segura Gigi Rosier: era a Anastasya Markóvic-Romanov a quien querían. La rubia sólo era un plus en el secuestro, uno que Bellatrix aprovechaba al máximo para generar pánico en la rusa, pero ¿qué pánico iba a sentir cuando estaba dormida y drogada todo el tiempo?
— B-basta. — Suplicó con pocas fuerzas, cuando se pudo recuperar brevemente del dolor causado, todavía punzándole en el interior —. B-basta.
— Basta, basta. — Se mofó Bellatrix entre risas maliciosas —. ¿Creías que el Señor Tenebroso no te querría dar tu merecido por darle la espalda a tu familia?
— N-nun-nunca f-fueron m-mi fa-fam-familia. — Gruñó la rubia, intentando levantarse, pero cayó inútilmente al suelo otra vez. Sudando.
— ¡Maldita traidora!
— ¡Ya basta! — gritó alguien más, con voz profunda y ronca, deteniendo a Bellatrix con su mano. Gigi no podía reconocerlo del todo, estaba demasiado aturdida —. Traigan a la otra chica.