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No tengo mucho, pero, al menos,
todavía me tengo.
Y eso es todo lo que necesito.
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LOS GRITOS DE ANASTASYA FUERON AUDIBLES PARA GIGI DESDE SU CELDA Y SE ACERCÓ A LAS REJAS PARA PEDIR QUE LA DEJEN.
Odiaba escucharla gritar, porque ahora sabía que cambiaron sus castigos usuales por otros más macabros. Lloraba, aferrada a los barrotes, intentando no escuchar nada más que sus sollozos, pero oía la quebrada y entumecida voz de su mejor amiga en otra habitación, lo que le rompía el alma en millones de pedazos.
Prefería ella pagar ese destino, no Anastasya.
Se hizo un ovillo en el suelo, escondiendo su cabeza entre sus manos para evitar seguir escuchando las risas de esos monstruos y los gritos de súplicas de la rusa. Le sorprendía oírla tan vivida, a comparación de los últimos meses en los que apenas podía abrir la boca, pero supuso que cualquier sedante no podía borrar lo que le estaban haciendo.
Anastasya intentaba moverse, librarse, pero su cuerpo no reaccionaba a ella y sólo podía permitirse gritar y llorar mientras ocurría todo. Mantenía sus ojos cerrados con fuerza y trataba de que su cuerpo reaccionara a ella, que pudiese mover una extremidad sin sentirse completamente sedada, pero la tenían amarrada para asegurarse de que nada perturbaría aquel momento.
— Tan bonita para estar tan sucia. — Se burló uno de ellos, Anastasya ni siquiera sabía de quién se trataba, ella simplemente gritaba por su liberación.
El movimiento de ese hombre contra Anastasya le hacía soltar gritos de dolor y repugnancia, escuchaba las risas burlescas y sentía los besos húmedos en su cuerpo, pero no podía moverse. Cuando escuchó a Bellatrix dar la orden de hacer lo que quisieran con ella, no pensó que le harían aquello, ni siquiera tuvo tiempo de procesarlo cuando ya estaba en una camilla amarrada con tres hombres abusando de ella.
