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Tengo cicatrices, aunque
no siempre pueden ser vistas.
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EL GRITO DE ANASTASYA SE ESCUCHÓ POR CADA PASILLO DE LA GRAN CASA, DESPERTANDO A LA MAYORÍA DE GOLPE.
La castaña gritaba desesperada en su cama, quitándose las mantas de encima como si fuese una persona y dio empujones a unas inanimadas sábanas, pataleando y aferrándose al respaldo de su cama con terror. Las lágrimas bajaron de sus ojos y una brisa la rodeó para evitar el acercamiento de las personas, aferrándose a sus rodillas y escondiendo su cabeza entre ellas. Repitiéndose que estaba soñando, que estaba a salvo, que nadie la estaba atacando.
Era una guerra que la castaña siempre estaba por perder.
Alexei entró a la habitación, rompiendo la puerta en el proceso y con las manos convertidas en puños de fuego, preparado para atacar a quien sea que se había atrevido a tocar o asustar a su hermana; pero se encontró con la luz apagada, a la chica gritando y cubriendo sus oídos, encerrada en sus piernas, buscando consuelo. Una imagen que no podría quitarse nunca de la cabeza, porque ahí estaban las consecuencias del pasado.
— ¡¿Dónde está?! — Aleksander traía sus ojos dorados, los puños apretados y dispuesto a todo.
— ¡Hija! — Akim llegó prontamente, mostrando el rojo en sus ojos —. ¡¿Dónde es...?! ¿Anastasya?
La habitación se convirtió en un desastre. La ráfaga de aire se volvió un pequeño huracán dentro del lugar, teniendo a Anastasya al centro, impidiendo que se acercaran a ella, impidiendo que la atacaran. La chica ni siquiera se había fijado en que todas las personas de la casa estaban en la puerta, sin saber cómo ayudarla.
— ¿Qué pasó? — Lily preguntó.
— Pesadillas. — Gigi tragó con fuerza —. Debió soñar algo muy malo. Nunca ha despertado así.
